Economía

Argentina bajo el gobierno de Milei se aleja de compromisos internacionales.

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Javier Milei, tras un año en la presidencia de Argentina, ha destacado por su cercanía con la ultraderecha global, forjando lazos con EE.UU. e Israel y alejando al país de compromisos como la Agenda 2030. En la Conferencia de Acción Política Conservadora en Buenos Aires, Milei se declaró a favor de una “internacional derechista”, rodeado por figuras afines como Jair Bolsonaro y Santiago Abascal.

Desde su campaña, Milei ha mostrado admiración por líderes como Donald Trump y Benjamín Netanyahu y ha reafirmado su postura al visitar el Foro de Davos e Israel. Siete visitas a EE.UU. reforzaron su imagen internacional conservadora y su oposición a la Agenda 2030 ante la ONU. Federico Merke y Ariel Levaggi analizan su política exterior como centrada en su proyección personal, buscando apoyo de EE.UU. y desafiante ante potencias como Rusia y China al rechazar los BRICS.

Su estilo confrontativo también se refleja en decisiones como la destitución de la ministra de Exteriores tras votar contra el bloqueo a Cuba. Su gobierno ha minimizado el cambio climático, reduciendo el Ministerio de Ambiente y retirándose de la COP29, basando su escepticismo en una visión natural del fenómeno.

Por Augusto Morel |

Por EFE

Buenos Aires (EFE).- Un año después de asumir la Presidencia de la República, Javier Milei ha posicionado a Argentina como un faro de la ultraderecha en el mundo, ha forjado alianzas incondicionales con Estados Unidos e Israel, y ha alejado al país de la lucha contra el cambio climático y la Agenda 2030.

“El mundo ha sido sumergido en una oscuridad profunda y exige a gritos ser iluminado, y nosotros podemos y debemos echar esa luz. Argentina puede ser un faro para el mundo, un faro de faros, podemos ser ejemplo para un Occidente que necesita desesperadamente reencontrarse con las ideas de la libertad”.

Con estas palabras Milei cerró este miércoles la primera edición de la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC, en inglés) en Buenos Aires, de la que hicieron parte algunos de sus políticos predilectos, como el expresidente de Brasil Jair Bolsonaro y el español Santiago Abascal, líder del partido Vox, y durante la cual abogó por una “internacional derechista”.

Estas declaraciones, así como la celebración de este evento en Argentina, no fueron una sorpresa para nadie: desde incluso antes de su llegada a la Presidencia, Milei ha expresado su admiración por los principales referentes de la ultraderecha y, a un año de su desembarco en la Casa Rosada, se ha convertido en un destacado miembro del club.

Tras abrazar durante la campaña electoral a figuras como Donald Trump, Elon Musk, Nayib Bukele y Benjamín Netanyahu, su primer viaje como presidente electo fue al Foro de Davos para alertar de que “Occidente esta en peligro” ante al avance del “socialismo empobrecedor”, y el segundo a Israel, para reafirmar su apoyo incondicional al Gobierno de Netanyahu.

A estos viajes se suman, además, siete visitas de Milei a Estados Unidos, durante las cuales ha mantenido encuentros con Musk, Trump y otros referentes conservadores, ha asistido a dos ediciones del CPAC y se ha presentado ante la Asamblea General de la ONU como un firme opositor de ultraderecha a la Agenda 2030.

“Cuando asume, se da cuenta de que la política exterior es una parte importante, no pensando en Argentina, sino en él, en su imagen internacional y proyección individual. Milei habla de su ‘performance internacional’, no habla del país”, comenta a EFE Federico Merke, director de la Maestría en Política y Economía Internacional de la Universidad de San Andrés y docente del Instituto del Servicio Exterior de la Nación (ISEN), que forma a los diplomáticos de Argentina.

Otros, como Ariel Levaggi, director del Centro de Estudios Internacionales de la Universidad Católica Argentina, consideran que la inclinación ideológica es esperable: “En la visión libertaria, Estados Unidos es el país que promueve la democracia, la libertad y los derechos humanos a nivel global. En términos de intereses concretos, hay una búsqueda de apoyo para flexibilizar ciertas posiciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) y acceder a la confianza de Wall Street”.

El FMI es el principal acreedor de Argentina, entidad con la que mantiene un acuerdo para refinanciar préstamos por valor de 45.000 millones de dólares concedidos en 2018, durante el Gobierno conservador de Mauricio Macri.

Levaggi, también coordinador del comité dedicado a EE.UU. en el Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI), destaca además la decisión de Milei de renunciar, en base a su enemistad ideológica con Rusia y China, a la incorporación de Argentina a los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), un grupo de economías emergentes que se han unido para promover la cooperación económica, política y social.

Merke, por su lado, considera que Milei ha apostado por la “línea dura” al aliarse de forma incondicional con Washington y pone como ejemplo de esta postura el reciente cese de la ministra de Exteriores Diana Mondino después de que Argentina votara contra el bloqueo económico de Estados Unidos a Cuba.

“Mondino descansó en el conocimiento y la información que le trasladó el personal de la Cancillería argentina, donde la postura histórica es la condena. Además, desde una perspectiva libertaria, estar a favor de un bloqueo comercial es una contradicción”, agrega.

“No cuenten con nosotros”, fue la frase de cabecera de Milei durante su intervención en la cumbre del G20 en Río de Janeiro, pese a que dio su visto bueno al documento final con observaciones en todos los puntos relacionados con los objetivos de Desarrollo Sostenible propuestos por la ONU.

El presidente hizo campaña y ganó las elecciones de Argentina denostando la Agenda 2030 y la crisis climática, al asumir el cargo redujo el Ministerio de Ambiente a una Subsecretaría y en noviembre pasado retiró a su delegación de la COP29, que se estaba celebrando en Bakú.

“Para Milei, el cambio climático es un fenómeno que obedece a un ciclo natural y, por lo tanto, no tenía mucho sentido invertir esfuerzos estatales en transición o regulación energética”, sentencia Merke.

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