Realeza

Después de la muerte de Lady Diana, su hijo Harry rompió con los protocolos reales y organizó un funeral único para rendirle homenaje a su madre. La despedida fue llena de flores y audiencias, y Harry lloró al

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Dos millones de personas salen de sus casas y se instalan en aceras y parques londinenses. Llevan bolsas de dormir y mantas para sentarse sobre el césped mojado. Personas que jamás se vieron y probablemente nunca más se volverán a ver comparten bebidas, se prestan la edición del diario tempranamente agotado y se ofrecen comidas. Si la imagen se mira de lejos parece un gran pic nic, pero si uno se acerca nota una tristeza única, tan inédita como conmovedora. Tienen un objetivo y una pena en común: despedir a la princesa Diana, la reina de sus corazones. Ellos, los desconocidos que no la conocieron, lloran su partida. Su dolor genuino e inmenso, los hace protagonistas de un evento que conmoverá al mundo y que logrará que una Diana muerta logre su gran reivindicación o mejor venganza: ser aceptada nuevamente por la familia real.

Por Infobae

Si por trágica e inesperada la noticia de la muerte de Diana sorprendió a la familia real británica, mucho más la sorprendió la reacción de la gente. Luego del divorcio del príncipe Carlos, Diana ya no pertenecía a la familia real y la reina Isabel decidió que el fallecimiento debía tratarse de manera íntima y familiar, pero los británicos opinaban muy distinto. Cientos de personas comenzaron a dejar más de un millón de flores en la puerta del Palacio de Buckingham y en las de Kensington donde la princesa había vivido. Fue tanta la demanda floral que, según informan las crónicas de esa época, en Colombia, principal exportador de flores al Reino Unido, la venta aumentó un 20 por ciento. Se enviaron de urgencia 200 mil arreglos florales, ramos que solían costar 10 dólares alcanzaron un precio entre 50 y 150 dólares.

Ante el dolor colectivo y el silencio de la familiar real, la monarquía comenzó a ser cuestionada. Fue Tony Blair, el joven primer ministro, laborista que estaba en el cargo hacia apenas cuatro meses, quien convenció a Isabel de mostrarse más humana ante la muerte de su ex nuera. El funeral de Diana representaba un gran problema para la Reina. En el rígido protocolo de la monarquía británica no existía normativa para una princesa que ya no era princesa pero que era la madre del segundo y tercer heredero al trono. Se decidió, como lo anunció el portavoz real, “un funeral único para una persona única”.

El 31 de agosto de 1997, el ataúd con el cuerpo de Diana fue trasladado de Londres a París. Ya en la capital británica se le realizó una autopsia en una funeraria y después se lo llevó a la capilla real del Palacio de Saint James, donde algunos miembros de la familia real y familiares de Diana la despidieron en privado. Un día antes del funeral, el ataúd fue trasladado al Palacio de Kensington. Un mayordomo, su madre y el párroco de la capilla cercana hicieron vigilia rezando toda la noche.

El funeral se llevó a cabo el 6 de septiembre. Todo empezó a las 9.08 cuando el ataúd abandonó Kensington e inició su camino hasta la Abadía de Westminster. Era un día de sol, pero al paso del cortejo le gente encendía velas y no reprimía sus lágrimas.

Cuatro caballos negros lideraban el cortejo, comandado por ocho oficiales elegidos por su porte y trayectoria (algunos habían participado de la Guerra de Malvinas). Otros ocho oficiales de la guardia de Gales, vestidos con uniformes rojos y sombreros negros, escoltaban el ataúd que había sido colocado en la cureña de un cañón de la Segunda Guerra Mundial.

El ataúd de pino estaba cubierto por el estandarte real. Se veían tres arreglos florales, cada uno con un significado particular. El de lirios blancos, que se usa para las ocasiones de luto, era de la familia Spencer. Los ramos más simples eran los más conmovedores. Uno de rosas blancas acompañado con una tarjeta con la palabra “Mummy” y la letra del príncipe Harry y detrás, tulipanes blancos, elegidos por el príncipe William.

A las 9.28 la comitiva llegó a la altura del palacio real de St. James. Los dos hijos de Diana, su ex esposo y Carlos Spencer, hermano de Diana, se incorporaron al cortejo. Detrás de ellos caminaban representantes de 110 organizaciones de caridad vinculadas a Diana.

Hasta el día de hoy y 25 años después del funeral siguen conmoviendo las imágenes de William y Harry -de 15 y 12 años en esa época- que aunque príncipes no dejaban de ser dos adolescentes que habían perdido a su mamá.

Años después William admitiría que esa caminata de 3,5 kilómetros ante dos millones de personas fue “una de las cosas más duras que he hecho nunca”, y que usó su flequillo como una “manta de seguridad”. Según contó en el documental de la BBC Diana, 7 days durante lo que llamó un “largo y solitario paseo” recordó que sintió que “si miraba al suelo con el pelo sobre si cara, nadie podría verme”. Reveló que la participación de él y su hermano “no fue una decisión sencilla y fue algo así como el fruto de una conversación familiar. Había que mantener un equilibrio entre el deber y la familia, y eso es lo que hicimos”.

De ese día, Harry recordó en Newsweek que caminar tras el ataúd de su madre era algo que “no se le debería pedir” a ningún niño, pero en el documental había asegurado que no tenía opinión sobre si participar había sido correcto o no, pero que mirando atrás, está satisfecho de haberlo hecho.

Dos décadas después, Charles Spencer aseguró en el programa de radio Today de la BBC que le habían mentido con respecto al deseo de sus sobrinos de caminar detrás del féretro de su madre y que pedirle eso a los príncipes fue “algo grotesco y cruel” y recordó la procesión fúnebre como “la media hora más horrorosa de mi vida”.

El cortejo pasó por el palacio de Buckingham que lucía su bandera a media asta. Siguió hasta St. James Park y a paso lento terminó en la Abadía de Westminster. En el lugar esperaba la reina Isabel II pero también dos mil figuras de la política de todo el mundo como Margaret Thatcher, Tony Blair, Nelson Mandela y Hillary Clinton, royals como Noor de Jordania, la princesa Margarita o Masako y Naruhito de Japón. Las casas reales quedaron minoría ante otras celebridades. El mundo de la moda estuvo representado por Anna Wintour, Karl Lagerfeld y Donatella Versace y el del espectáculo por Tom Hanks, Steven Spielberg, George Michael, Luciano Pavarotti, Sting, Tom Cruise y Nicole Kidman.

En la Abadía comenzó una ceremonia conmovedora e histórica. Tony Blair y las hermanas de Diana recitaron poemas. El pico de emoción lo protagonizó Elton John, amigo personal de la princesa, que entonó una versión de Candle in the wind, un tema originalmente escrito para Marilyn Monroe. La letra de la original, empezaba con un “Adiós, Norma Jean, pese a que nunca llegué a conocerte” pero la cambió por “Adiós, rosa de Inglaterra, tal vez que crezcas en nuestros corazones”. En el país de Los Beatles y los Rolling Stone, esta versión se convirtió en la canción más vendida de todos los tiempos.

La canción conmovió pero el momento que siguió fue casi una cachetada para la familia real. El hermano de Diana subió al púlpito, el mismo hombre al que hasta ese momento se le desconocía la voz y con la Reina sentada a dos metros lanzó sus misiles emocionales. Aseguró que Diana no “necesitaba de títulos reales para generar un tipo de magia particular” y que se destacó demasiado con sus cualidades de ser humano “que no necesitamos verte convertida en una santa”. Para terminar y luego de cuestionar a la prensa prometió que velaría para que sus sobrinos crecieran en un mundo no solo de obligaciones reales y tradiciones monárquicas.

La ceremonia terminó a las 12.05 con un minuto de silencio que contrastó con el aplauso espontáneo que surgió de la multitud al escuchar las campanas replicar.

Se calcula que 2.500 millones de personas en todo el mundo estuvieron frente al televisor para ver los funerales de Diana. Se transmitió como un hecho público pero se evitaron todas las imágenes consideradas privadas. No se vieron lágrimas de la familia real pero sí de la gente común. Por eso, las cámaras no captaron cuando William y Harry no pudieron contener el llanto luego de la canción de Elton John. El mayor volvió a llorar cuando su tío les habló de su mamá. El príncipe Carlos jamás tocó a sus hijos, pero en todo momento con su mirada estuvo pendiente de ellos.

Para la transmisión la BBC dispuso 100 cámaras de televisión, trabajaron 300 técnicos y hubo 22 unidades móviles apostadas a lo largo de los 3,5 kilómetros del recorrido del cortejo. Como una ironía del destino fue el segundo evento en cuanto al despliegue de recursos. El primero fue la televisación de la boda de Diana y Carlos en 1991.

La retransmisión se vendió a 187 países y fue vista por 350 millones de hogares en todo el mundo. Las informaciones radiales se tradujeron en 44 idiomas. La cadena CNN aseguró que el funeral de Diana fue viso por más espectadores que la caída del Muro de Berlín y el golpe de estado soviético. Un dato sirve para medir la magnitud del acontecimiento. Durante la transmisión, el consumo de electricidad en Londres bajó un 20 por ciento lo que demuestra que la mayoría de los ingleses detuvo sus actividades para seguir la ceremonia.

Para poder llorar a su princesa miles de británicos decidieron acampar en los parques Hyde, Green, Regent’s y Saint James. Ante la marea humana, las autoridades decidieron dejarlos abiertos toda la noche. Las tiendas de recuerdos agotaron su stock de camisetas, toallas, tazas, cucharas o cualquier objeto con la imagen de la princesa y eso que muchos habían triplicado hasta tres veces su precio. Tiendas y supermercados permanecieron cerrados para que los empleados pudieran ver el funeral. La lotería nacional por primera vez suspendió un sorteo en señal de duelo.

No solo el Reino Unido estaba conmocionado. En Estados Unidos se organizaron vigilias con cirios, en San Francisco se organizó una procesión a la que fueron 14 mil personas. En Irlanda del Norte por un rato la muerte de Diana unió a protestantes y católicos que pusieron sus banderas a media asta. Los yates anclados en la Rivera francesa dejaron sus estandartes a media asta e hicieron sonar sus sirenas. En París, turistas y parisinos colocaban ofrendas florales en las proximidades del túnel donde murió la princesa.

En todas las embajadas del Reino Unido se habilitaron libros para dejar mensajes de condolencia y la gente realizó largas filas para expresar su tributo. La página de la incipiente internet que Buckingham habilitó para recibir condolencias recibió 13 millones de consultas y le llegaron 351.157 mensajes.

Tras el multitudinario funeral, el féretro fue trasladado a Althorp House, la mansión donde creció Diana. Durante el trayecto miles de personas se ubicaron en puentes peatonales y junto a las calles y arrojaron flores al paso del automóvil negro que llevaba sus restos. El chófer tuvo varias veces que detener la marcha para sacar las orquídeas, rosas y lirios que tapaban el parabrisas.

La última despedida fue íntima, solo diez personas, entre ellas sus hijos y su ex esposo. La decisión de enterrar a Diana en la casa familiar también fue polémica. Ella había pedido descansar en la iglesia de Great Brington con veinte generaciones de Spencer, entre ellos su padre. Pero la familia temió que el lugar se convirtiera en un centro de peregrinación y no cumplió su deseo. Por eso es en Althorp, en un lago artificial con una isla, donde descansan sus restos. Diana alguna vez dijo “nunca me consideré a mí misma como la reina de mi país, me gustaría ser la reina del corazón del pueblo”. Lo logró en vida y se lo demostró la gente en su inolvidable e histórica despedida.

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