El cielo y el infierno. O la historia de Uliana Semenova. Hablamos de la jugadora más importante del Siglo XX, la más ganadora y la protagonista de la gloria y la miseria…
Nacida el 9 de marzo de 1952, en Medumi (Letonia), vivió de niña en las afueras de Daugavlips, la segunda ciudad más poblada del país ubicada en el límite con Lituania y Bielorrusia. Parte de una familia numerosa, de clase media-baja, cada día tenía que caminar cuatro kilómetros para ir al colegio y su contacto con el deporte era casi inexistente. Hasta los 11 años no había tocado nunca una pelota de básquet ni sabía las reglas del deporte. “Cuando me llevaron a ver un partido no entendí nada. Incluso me sorprendía al ver a dos hombres corriendo libremente sin perseguir la pelota. Eran los árbitros…”, contó años después.
Fue a los 12 cuando llamó la atención de las autoridades deportivas por su altura (1m90) y rápidamente fue internada en un centro de Riga, la capital letona, para trabajar en su juego y observar cómo podría ser su curva de crecimiento teniendo en cuenta que ninguno de sus siete hermanos superaba el 1m78. Le diagnosticaron acromegalia, una enfermedad generada por un exceso de una hormona de crecimiento denominada somatotropa, la misma que sufrieron varios gigantes de este deporte, como el rumano Gheorge Muresan (2m31) y el argentino Jorge González (2m29).
Creyendo que podrían controlarla con medicaciones, se dispusieron a aprovechar el físico portentoso que tenía Uliana. La pivote creció rápidamente, incluso en su juego, y a los 14 años ya había debutado en la Primera División, con el Daugawa Riga, con el que ganaría su primera Liga a los 15 años. La primera de 15 ligas soviéticas, que se sumarías a 12 campeonatos de Europa, 11 de la actual Euroliga y nueve de forma consecutiva (del 68 al 75).
A los 16 años ya había llegado a la selección soviética, con la que viviría la etapa más exitosa y cerrada de aquel equipo nacional. Con su combinado ganó dos Juegos Olímpicos (Montreal 76 y Moscú 80), tres Mundiales (Brasil 1971, Colombia 1975 y Brasil 1983) y 10 Europeos (desde 1968 a 1985). Pero el dato más impresionante fue que sólo perdió un partido con la URSS: el último justamente, ante Estados Unidos, por los Juegos de la Buena Voluntad de 1986.
Hablamos de una jugadora que llegó a anotar 56 puntos en un partido, con una capacidad de dominio enorme dentro de un género en el cual la altura promedio es claramente menor que al masculino. Una mujer de 2m13 era como un hombre de 2m30, para trazar un paralelismo… Habitualmente se enfrentaba a rivales que no llegaban a los 2m00 y que no podían detenerla cuando recibía a pocos metros del aro. En los Juegos del 76, por caso, promedió 20 puntos y 13 rebotes, sin jugar tanto, y en la final hundió a Estados Unidos con 32 y 19, con apenas 23 minutos en cancha. En los de Moscú sus medias fueron de 21.8 puntos y 9 rebotes. Así de dominante y determinante era. Y por eso, en 2007, entró el Salón de la Fama del básquet ubicado en Springfield. Sí, el mismo al que acaba de ingresar Manu Ginóbili.
Lo curioso es que apenas tuvo carrera internacional, ya que la apertura de la URSS para sus deportistas llegó muy tarde. La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas se creó en 1922 y se extendió hasta 1991. Uliana recién pudo salir de su país en diciembre de 1987, cuando el Comité de Deportes Soviético (Goskomsport) le dio permiso para jugar en España, puntualmente en el Tintoretto de Getafe, luego de recibir un depósito de 50.000 dólares como adelanto. Viajó junto a un entrenador de Riga, Valdis Ozols, al que sólo le dieron 5 dólares por día desde la URSS.
Desde su llegada al país, Semenova generó una revolución en la ciudad y la competencia. Primero, porque se trataba de la jugadora más ganadora de la historia y segundo porque impactaba que midiera 2m13, calzara 58 y pesara 135 kilos… Una gigante de un mundo de “normales”. A tal punto que tuvieron que llamar a la empresa que le hacía la ropa a Fernando Romay, el pivote español que medía como ella, y solicitar la construcción de una cama extra large, de 2m20 de largo por 1m35 de ancho, con seis soportes especiales por debajo.
“Antes de que viniera nos venían a ver los padres, los novios, algunos amigos y cuatro o cinco colegios de la zona. Cuando llegó Semenova, había siempre colas en la entrada. Nos tenían que hacer un pasillo para dejarnos entrar en todos los lugares a los que íbamos: en Barcelona, en Lugo, en San Sebastián… Éramos protagonistas: entrevistas, fotos… Fue el primer empujón grande que vivió el básquet femenino”, recordó Rocío Giménez, su compañera en Getafe. “En España fue donde realmente me sentí una estrella”, admitió Ula.
Esta experiencia le llegó recién a los 35 años, ya con algunas lesiones a cuestas que limitaban aún más su movilidad, pero no impidieron que en su debut sumara 22 puntos y 31 rebotes. El equipo, que parecía sentenciado al descenso, terminó luchando el campeonato y se generó una revolución popular y mediática. “Yo la conocía de enfrentamientos internacionales con la Selección soviética, una jugadora que marcaba siempre la diferencia. Cuando vino a España estaba en el final de su carrera y aun así fue impresionante cómo nos ayudó”, contó Jiménez, figura española que se dejó algunas perlitas del lado B de la pivote. “Era muy humilde… Hasta nos pedía disculpas cuando fallaba algún tiro. También era muy abierta y muy culta. Le interesaba todo lo que le rodeaba. Un día mi marido y yo la llevamos a La Granja y no paró de preguntar por los tapices, por los cuadros, quería saber de todo”, recordó sobre aquella jugadora que, dicen, era “muy coqueta y le gustaban mucho los collares”.
Ula sólo hablaba ruso. “Al principio tuvo un traductor que sabía un poquito de inglés. Después le pusieron como traductora a una chica rusa que estaba casada con un español. Nos reíamos muchísimo con ella porque no tenía ni idea de básquet y de esos diálogos tenemos muchas anécdotas…. Por ejemplo, el entrenador le decía que le recordara a Semenova que no podía estar tres segundos en la zona y ella respondía ‘¿y por qué no puede estar cuatro?’. Y todas le pedíamos que, por favor, se lo tradujese, que no había tiempo. Uliana aprendió algunas cositas de español, incluso insultos que le decíamos significaban otras cosas para reírnos un rato. Al final ya nos entendíamos sin ayuda de la intérprete”, detalló.
La parte triste fue que ella no podía disponer del salario que le pagaban en España, porque en aquella época el estado socialista soviético obligaba a depositarle la mayor parte del sueldo. “Cuando llegué a España no tenía dinero y el sueldo sólo podía recibirlo a finales de mes. He cobrado 480 dólares al mes, de un total de 10.000, una cantidad con la que puedo vivir muy bien en Moscú, pero mal aquí”, contaba ella al punto de admitir que a veces pasaba hambre. Según el relato, el presidente del Tintoretto le daba a un dinero extra para su manutención y sus compañeras corrían con sus gastos, incluso llevándola a restaurantes para que pudiera comer mejor.
Se retiró un año después de su excursión española, tras jugar otra temporada en el extranjero, esta vez en el Valenciennes Orchies de Francia en la temporada 1988/89. En esa época ya tenía numerosos problemas de salud, como diabetes. Fue cuando decidió volver a su país natal, donde puso una escuelita de básquet para chicas provenientes de hogares con carencias económicas y comenzó a trabajar en el Comité Olímpico local.
Hoy, a los 70 años, dicen que acarrea problemas de salud que le dificultan caminar y vive en la mayor humildad. A tal punto que hace 14 años se organizó un partido benéfico para poder costear una operación de coxis que debieron hacerle. Está claro que no pudo sacarle jugo económico a una extraordinaria carrera, pero quedó en el recuerdo como la jugadora más dominante que haya pisado este mundo.