La nostalgia del pasado industrial basado en el carbón sigue dominando en el condado de Luzerne, Pensilvania, un estado crucial en las elecciones de EE.UU. Las campañas de Kamala Harris y Donald Trump se intensifican en busca de votos decisivos, con la importancia de Pensilvania destacada por sus 19 votos electorales. La región refleja la polarización entre ciudades demócratas y zonas rurales republicanas.
En Pensilvania, la economía se ha diversificado hacia servicios sanitarios, producción química, y logística, pero el apoyo gremial sigue siendo clave. Harris ha avanzado en este terreno, asegurando el respaldo de sindicatos como United Steelworkers. A pesar de un desempleo del 3.4% y salarios superiores a la media nacional, la economía, inflación y fiscalidad preocupan a sus habitantes.
La percepción política está dividida, con ciudadanos como Letitia y Kathy ofreciendo visiones contrastantes sobre Trump. Los temas clave varían desde la economía hasta el aborto e inmigración. Los suburbios de Filadelfia y Pittsburgh son decisivos, y demócratas y republicanos concentran allí sus esfuerzos y recursos publicitarios.
Por Guillermo Azábal |
Por EFE
Wilkes-Barre (EE.UU.) (EFE).- La nostalgia de un pasado ligado al carbón sigue imperando en el condado de Luzerne, uno de los más divididos en el ‘estado bisagra’ de Pensilvania y donde las campañas de Kamala Harris y Donald Trump han recrudecido su batalla por un puñado de papeletas que podrían marcar el devenir de EE.UU.
Conscientes de que los 19 votos electorales de Pensilvania serán fundamentales, los candidatos llevan semanas priorizando este estado que refleja la polarización social de EE.UU. y se inclina por los demócratas en núcleos urbanos como Filadelfia o Pittsburgh, mientras que los republicanos ven en los entornos rurales desindustrializados su mayor caladero.
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“Ahora mismo, no sabría decirte dónde trabaja la mayor parte de la gente. Hay un parque industrial con empresas de almacenamiento aquí al lado, pero no es como antes”, expresa a EFE Leo, un septuagenario que ejerce como voluntario adaptando la antigua trituradora de carbón de Wilkes-Barre, capital de Luzerne, en un museo.
La mayoría de la industria pesada de Pensilvania -principalmente acero y carbón- echó el cierre en los ochenta, dejando a miles de familias sin empleo y decenas de antiguos trabajadores sumidos en una espiral de deudas, agravadas por adicciones a las drogas.
Más de cuatro décadas después, el estado mantiene parte del sector del acero en el área de Pittsburgh, pero se ha diversificado hacia una economía sustentada en servicios sanitarios, producción de químicos, extracción de gas natural, gigantescos centros logísticos de compañías como Amazon o Walmart, agricultura de frutales y productos lácteos.
En Pensilvania, donde la media de encuestas FiveThirtyEight otorga a los aspirantes presidenciales un empate técnico, muchos de los trabajadores están sindicados, por lo que ganarse el apoyo de los gremios, según recalcan los expertos, podría resultar determinante para que Harris o Trump certifiquen su victoria.
Hasta el momento, la actual vicepresidenta es la que más ha avanzado al respecto, consiguiendo el respaldo oficial del sindicato del acero United Steelworkers (USW) y de SEIU Healthcare, que representa a los trabajadores de servicios de salud.
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“Trabajo hay, pero el aumento de precios y necesidades hace que haya gente que tenga incluso dos empleos. Yo prefería trabajar duro 8 horas y tener tiempo de calidad después”, cuenta a EFE Guillermo López, extrabajador del acero en la fábrica de Bethlehem, una extinta planta que llegó a ser la segunda con mayor producción del país.
Pensilvania cuenta con una tasa de desempleo del 3,4 % (inferior a la nacional, del 4,1 %) y unos ingresos medios por hogar de 68.597 dólares brutos anuales (frente a la media de 63.795 dólares), pero el apartado económico -la inflación y la fiscalidad más específicamente- sigue siendo una de las principales preocupaciones para sus habitantes.
Aunque la percepción en un estado muy polarizado difiere según el votante y la comunidad a la que pertenezca.
“No lo votaría ni por mil dólares (a Donald Trump). Subirá los impuestos a los pobres pero las grandes empresas cotizarán lo mínimo”, dice a EFE Letitia, una madre afroamericana de Reading (sureste de Pensilvania), frente al cuartel de campaña republicano en esa ciudad.
Mientras que otras como Kathy, otra mujer de una edad similar pero a las afueras de la localidad de Lancaster, considera que Trump es la mejor opción para “contener los precios de las viviendas ante la escasez de inmuebles”.
“La economía, el aborto o la inmigración son algunos de los temas que más preocupan a los pensilvanos. Aunque haya necesidades específicas en este estado, la gente consume los mismos canales de noticias y plataformas que en el resto del país, que inducen a que se cuestionen lo mismo”, explicó a EFE Christopher Witko, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad del Estado de Pensilvania.
Los analistas coinciden en que el futuro de Pensilvania, y por ende probablemente el de EE.UU., pasa por las zonas suburbanos y extrarradios de las dos mayores ciudades -Filadelfia y Pittsburgh- donde el votante está más abierto a cambiar su decisión hasta el 5 de noviembre.
Demócratas y republicanos miden así cada uno de sus movimientos en Pensilvania, el estado donde han invertido más en propaganda electoral (180 y 170 millones de dólares, respectivamente) y uno en los que los candidatos se han prodigado con mayor ahínco.
Todo cuenta en este crucial ‘estado bisagra’ donde incluso empresas no partidistas encargadas de promover el registro de votantes portan un mensaje de carácter político: “Aborto libre y seguro”, recuerdan los chalecos de las jóvenes que trabajan para la firma Outreach inscribiendo a los electores en Reading (Pensilvania).
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