La gente entraba en silencio a la casa mortuoria. Iban a presentar sus respetos a los deudos del viejo actor, a despedirse de esa leyenda de la gran pantalla. Al acercarse al ataúd no se sorprendieron con lo que vieron. Allí descansaban los restos de Bela Lugosi vestidos con el atuendo del Conde Drácula. La capa, el cuello levantado, el negro refulgente. Había interpretado al personaje por primera vez en 1932. Ya no podría despegarse de él. Tanto que fue enterrado con su traje.
Bela Lugosi fue una estrella de cine, uno de los referentes de un género muy popular, el de terror. Pero ese éxito se convirtió, al mismo tiempo, en la causa de su inmortalidad y en una maldición que truncó su carrera. Lo encasilló y nunca pudo salir del estereotipo. Antes había combatido en la Primera Guerra Mundial, había fundado el sindicato de actores húngaros (también fue uno de los primeros en afiliarse en Estados Unidos: su carnet era el número 28), se había abierto camino como actor en tres países y había emigrado a Estados Unidos sin conocer el idioma. A los pocos años la gente llenaba cines para verlo. Después comenzó la caída. Los trabajos que no estaban a la altura de su talento, el alcohol, las drogas, los divorcios. Perdió todo. Y murió en soledad, perseguido por las deudas y atrapado en el pasado.
Bela Ferenc Beszó Blaskó nació en Lugos, Hungría, el 20 de octubre de 1882, hace 140 años. Tuvo una infancia difícil. Dejó su casa a los 12 años. Desde ese momento tuvo que realizar trabajos muy duros. En carpinterías, como obrero de la construcción y hasta en una mina. Mientras tanto intentaba actuar. Empezó en pequeños teatros y se fue haciendo un nombre. Hasta actuó en algunas películas mudas. Durante la Primera Guerra Mundial se ofreció como voluntario. Luchó en el frente contra los rusos. Allí fue herido en la espalda. Los dolores y las secuelas lo perseguirían por el resto de su vida. Al regresar a su país se unió a la revolución comunista y ayudó a fundar el primer sindicato de actores de su país. Pero al poco tiempo debió emigrar por los cambios políticos. En Alemania se dedicó a actuar, su verdadera vocación. Allí se cruzó con Murnau (el director de Nosferatu) y con su compatriota Michael Curtiz, el que después dirigiría Casablanca. Participó en una treintena de películas hasta emigrar a Estados Unidos.
En sus primeros tiempos en Estados Unidos tenía muchos problemas con el idioma. Casi no sabía inglés y lo que poco que conseguía aprender lo pronunciaba con acento muy particular, trabado y metálico. Trabajó y estudió con denuedo para superar esa limitación. Sin embargo, cuando tuvo su primer papel importante en Broadway, su manejo del inglés era muy pobre. Le costaba entender las indicaciones del director y las réplicas de sus compañeros. Para suplir esa carencia, estudió cada línea suya obsesivamente y las repetía por fonética sin saber, en muchas ocasiones, cuál era el significado de cada frase.
Después, esas dificultades del inicio se convirtieron en un mito. Y se repitió, sin que fuera verdad, que no sabía inglés y que le costaba ser entendido. Tanto es así que rechazó interpretar a Frankenstein, tras haber encarnado a Drácula, porque el protagonista sólo emitía gruñidos y farfullaba.
Cuando se acercaba a los cincuenta años le llegó la gran oportunidad. Todd Browning lo eligió para interpretar al Conde Drácula. Los directivos de Universal no lo querían. Hablaba raro, era grande, y casi nadie lo conocía. El director insistió. Y ante la muerte de Lon Chaney, la primera opción, no tuvieron más remedio que darle el papel.
Drácula lo convirtió en una estrella, en una referencia perpetua para el género de terror. Lugosi estaba buscando un lugar en la industria y recibió el ofrecimiento para encabezar el proyecto, para interpretar al personaje clásico de la literatura. Su posición para negociar no era la mejor. La oferta económica no fue demasiado generosa pero la aceptó sin pensarlo. Uno de los actores secundarios obtuvo un salario cuatro veces mayor que el de Bela Lugosi. Sacrificar dinero, no pareció una mala idea. La película no lo hizo millonario pero le dio una carrera, y en especial le brindó un lugar en el olimpo de Hollywood.
Si Drácula marcó a Bela, él también lo hizo con el personaje. Después de su actuación, durante décadas, la imagen que la gran mayoría tuvo del hombre vampiro de Transilvania fue la de Lugosi. Su voz profunda, el acento duro, sus gestos, su mirada. La elegancia de Drácula, esa rigidez y lo sombrío es un aporte de Browning y Lugosi al personaje.
En cine sólo encarnó al Conde Drácula en dos oportunidades (y en otras dos fue vampiro aunque no el de Transilvania). La primera en la película dirigida por Todd Browning y la última, en 1948, en una película cómica de Abbot y Costello. El arco es evidente y no necesita moraleja: de una actuación icónica y fundante del terror cinematográfico a la parodia de la misma.
Después actuó en decenas de películas de género. Todas consideradas piezas menores. Él fue tras los contratos y la fama. Ciencia ficción, terror y lo fantástico. Lugosi (su apellido artístico lo había tomado de Lugos, su pueblo natal) ansiaba un prestigio del que sus elecciones profesionales lo alejaban cada vez más.
El rechazo de Frankenstein no pareció una buena decisión. No sólo le dio una oportunidad a Boris Karloff que se convirtió en un gran competidor, sino que la franquicia tuvo mucho éxito. Tanto que unos años después, Lugosi tuvo que aceptar un papel menor en una de las secuelas.
Pese a los rumores y los mitos de celos y enfrentamientos, la relación entre Lugosi y Karloff era de amistad.
Su carrera se desmoronó en tiempo récord. Los proyectos (y el presupuesto de ellos) eran cada vez menores. La excepción fue una breve participación en Ninotchka.
Siendo un arquetipo del terror, tal vez una de sus participaciones más memorables y difundidas se dio en una película infantil. Disney lo contrató para que sirviera de modelo para Night on Bald Mountain, uno de los segmentos de Fantasía. Lugosi inspiró a Chernabog, un demonio aterrador.
Las actuaciones de Lugosi no obtuvieron premios ni distinciones. La paradoja es que cuatro décadas después de su muerte, Martin Landau obtuvo un Oscar por interpretarlo a él en Ed Wood, la película dirigida por Tim Burton.
Su origen húngaro no sólo estuvo presente en su acento o en las historias que narraba con frecuencia de su infancia, juventud y los inicios en la actuación. También le gustaba mucho el fútbol. Y tras los logros de la Selección de su país (antes del gran equipo de Puskas de los años cincuenta, Hungría fue finalista en el Mundial del 38), llegó a ser nombrado presidente honorario de la liga de fútbol de Los Ángeles.
Si al principio de su carrera, el primer divorcio y el posterior romance con la diva Clara Bow ayudó a darle mayor notoriedad, a hacerlo más conocido, sus siguientes fracasos matrimoniales, con denuncias de maltrato de sus esposas, fueron hundiendo su imagen. Se casó en total cinco veces.
El estudio recibía cientos de cartas semanales de admiradoras femeninas que querían conocer a Drácula. Lugosi tenía fama de ser un amante voraz.
En 1955, un año antes de su muerte, fue uno de los primeros actores en reconocer públicamente su adicción drogas; en su caso eran los opioides: la metadona y la morfina. Según dijo todo empezó para acallar los dolores de aquellas heridas de guerra. Clamó por ayuda. Dijo que necesitaba ser tratado, una rehabilitación. Lo internaron y luego de una larga correspondencia, conoció a la que sería su quinta esposa.
Para ese momento, las malas decisiones y las adicciones habían consumido todos sus ahorros. Y ya casi nadie lo llamaba ni siquiera para proyectos de baja calidad como para que pudiera recaudar algo. Sólo lo contrataba Ed Wood.
Esa leyenda que como homenaje o sin saberlo, el resto del cine de terror imitaba, se había convertido en un hombre estragado por los excesos que se había mimetizado con el personaje que le había dado fama. Su única arma laboral era ese traje, que ya había perdido brillo, que tenía las solapas desgastadas y las rodillas grises, los colmillos, el maquillaje que emblanquecía su cara y los gestos grandilocuentes. Así repetía su número en películas menores, en teatros de mala muerte, en ferias de pueblos. Y él, Bela Lugosi, se fue convirtiendo casi sin notarlo en Drácula. La sordidez de su propia vida lo fue confundiendo con el personaje.
Murió en 1956. Tenía 73 años. Hacía mucho tiempo que su carrera se había difuminado. Sólo era un buen recuerdo. Su situación económica era precaria. Al enterarse de su muerte, Frank Sinatra envió un emisario para hablar con el hijo y la última esposa de Bela. Les preguntó cómo sería el funeral. Ellos dijeron que harían algo íntimo y nada ostentoso, que no tenían dinero para más. Sinatra dio la orden de que tuviera un funeral acorde a su fama, una estrella no podía despedirse sin un gran final. El cantante pagó las exequias.
Muchos actores y celebridades fueron al funeral de Lugosi. Durante años circuló una leyenda: dicen que ante el ataúd con los restos del actor vestido con el atuendo del Conde Drácula, Vincent Price y Peter Lorre, otras dos leyendas del terror cinematográfico pero más vigentes en ese tiempo, se preguntaron: “Por si acaso ¿No deberíamos clavarle una estaca en el corazón?”.
Por desgracia la anécdota es apócrifa: ni Price ni Lorre fueron al entierro.