Historias

El humorista Groucho Marx era temido por todos debido a sus frases revulsivas y su misoginia

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Esta es mi semblanza de Groucho Marx. Si no les gusta, tengo otras.

Por Infobae

Corría agosto de 1977, más precisamente el viernes 19 de agosto, cuando frente al cajón donde descansaba un muerto reciente, alguien leyó su mensaje póstumo, dirigido a los presentes. Era un texto de sólo seis palabras:

“Disculpen, señores, que no me levante”, decía.

Genio y figura, Groucho Marx seguía fiel a sí mismo incluso después de la muerte. Por esa razón, y muchas más, resulta difícil hacer una semblanza del actor, guionista, escritor y comediante norteamericano cuyo genio humorístico hizo reír – y pensar – a generaciones, no solo en su país sino en gran parte del mundo.

Se podría escribir sobre sus 21 películas, la mayoría de ellas con sus hermanos, sobre sus seis libros – incluida una autobiografía desopilante -, sus éxitos teatrales o sus programas de televisión, pero todos hablan por sí mismos, tanto que hacerlo sería caer en lugares comunes y redundar sobre lo que el propio dijo e hizo con inalcanzable agudeza.

Tan admirado por su talento como temido por su mal carácter y su lengua incansablemente filosa, Groucho Marx fue capaz de contarse y pintarse a sí mismo como nadie podría hacerlo.

Por ejemplo, así:

“Jamás aceptaría pertenecer a un club que admitiera como miembro a alguien como yo.”

Nacido a edad temprana

Julius Henry Marx nació en Nueva York el 2 de octubre de 1890 o, como él prefería decir: “A pesar de que en general ya es cosa sabida, creo que más o menos es el momento de anunciar que nací en una edad muy temprana”.

Hijo de los emigrantes alemanes Simon (o Samuel) Marx y de Miene “Minnie” Schoenberg, fue descarnado para describir a su familia. De su padre decía que era “el peor sastre de Nueva York”; a su madre la pintó como una actriz sin talento, hija de una familia de cómicos que no pudo seguir su camino. No es que no los quisiera, sino que no podía con su genio.

Julius era el cuarto de seis hermanos, menor que Manfred, Harpo y Chico y mayor que Zeppo y Gummo. Tal vez porque era una actriz frustrada, Minnie hizo todo lo posible para que sus hijos triunfaran en el ramo y, salvo Manfred, todos lo hicieron.

Primero los hizo formar un grupo de canto llamado “Los cuatro ruiseñores” que pasó sin pena ni gloria, pero que le permitió a Julius desarrollar sus dotes para la improvisación, pero no por razones artísticas sino de supervivencia. Cuando veía que el canto no funcionaba, cortaba todo con un chiste para evitar que el público se fuera.

Julius empezaba a ser Groucho, apodo que le cayó encima por “grouch” (gruñón), lo que hablaba desde el principio de su mal carácter. Pero su nombre de bautismo también se debió a una razón. Se lo impusieron en homenaje a un tío que pasó con la familia una temporada en la casa de Nueva York y al que creían riquísimo. Con el nombre, pensaron, quizás recibieran su herencia, pero cuando murió se llevaron una desilusión. Según Groucho, “su fortuna ascendía a una bola de billar (robada), una cajita de píldoras y una pechera de celuloide”.

Para entonces, Groucho, igual que sus hermanos, estaba seguro de que su futuro estaba en las tablas pero no en la escuela, a la que faltaba cada vez que podía.

— ¿No querés labrarte un futuro? – lo increpaba Minnie, enojada.

— No si para eso tengo que ir a la escuela – respondía.

De Minnie diría:

“Mi madre adoraba a los niños, ella hubiera dado cualquier cosa si yo hubiese sido uno.”

Los Hermanos Marx

Como el canto no funcionaba, los hermanos Marx, impulsados por los monólogos con que Groucho quería salvar la ropa cuando los abucheaban en sus presentaciones, se volcaron al humor teatral. Empezaron a ser Groucho, Chico, Harpo, Zeppo y Gummo. Si uno se guía por los dichos de Groucho, lo hicieron sin saber muy bien en qué se metían:

“Humor es posiblemente una palabra; la uso constantemente y estoy loco por ella. Algún día averiguaré su significado”.

Aunque según Groucho no supieran muy bien de qué se trataba, sus presentaciones eran un éxito. En un camino vertiginoso llegaron a Broadway y después al cine. Para la década del ‘20 eran un grupo consagrado, que llenaba teatros y cuyas películas eran éxitos de taquilla. La primera fue Humor risk, en 1921, de la cual hoy se conservan solo algunos fragmentos.

Empezaron a ganar mucho dinero haciendo reír, aunque: “No reírse de nada es de tontos, reírse de todo es de estúpidos.”

Por esa época conocieron a otro actor cómico que ya era una estrella, Charles Chaplin. Si se le cree a Groucho, la primera vez que se encontraron fue en un cabaret de Winnipeg, en Canadá. Cierto o falso, lo describió así:

“Mientras nosotros cortejábamos a las chicas, él estaba muy ocupado jugando con el perro de la madama”.

La segunda película de los hermanos Marx, Los cuatro cocos, se estrenó en 1929. Ya eran un grupo consagrado y el dinero les llovía en sus presentaciones teatrales y desde las productoras cinematográficas, con las que ya había pactado otras tres películas: El conflicto de los Marx, Pistoleros de agua dulce, Plumas de caballo y Sopa de ganso, considerada hoy por los críticos como la mejor de todas. Sobre su éxito decía:

“Partiendo de la nada hemos alcanzado las más altas cotas de la miseria.” Entonces llegó el crack de 1929 y comenzó la “gran depresión”.

Las locuras de 1929

El crack de 1929 en Estados Unidos y la consecuente crisis económica que desató afectó de manera formidable a toda la economía mundial y también la de Groucho Marx, que con tanto dinero en sus manos había entrado a jugar en el mercado especulativo. De un día para el otro perdió todo lo que había ganado: 240.000 dólares de la época, una verdadera fortuna.

El propio Groucho describiría con humor su fiebre especuladora: “Muy pronto un negocio mucho más atractivo que el teatral atrajo mi atención y la del país. Era un asuntillo llamado mercado de valores. (…) Constituyó una sorpresa muy agradable descubrir que era un negociante muy astuto. Nunca obtuve beneficios. Parecía absurdo vender una acción a treinta cuando se sabía que dentro del año doblaría o triplicaría su valor”.

En “De cómo fui protagonista de las locuras de 1929″ contó que tanta era su desesperación por especular que cuando el ascensorista del hotel donde se alojaba con sus hermanos le contó que había escuchado a “dos tipos gordos de Wall Street” hablando de unas acciones que subirían vertiginosamente, corrió a la habitación de Harpo para decirle que fueran a comprarlas al agente de bolsa que tenía una oficina en el vestíbulo del hotel. Harpo estaba en pijama y le dijo:

— Esperá que me vista…

— No, mientras te vestís van a subir de valor y las tendremos que pagar más caras – le respondió.

Y arrastró Harpo en pijama a comprarlas.

El resultado fue trágico, pero aún así lo pudo contar con humor:

“Algunos de mis conocidos perdieron millones. Yo tuve más suerte. Lo único que perdí fueron doscientos cuarenta mil dólares. Hubiese perdido más, pero era todo el dinero que tenía. Creo que el único motivo por el que seguí viviendo fue el convencimiento consolador de que todos mis amigos estaban en la misma situación. Incluso la desdicha financiera, al igual que la de cualquier otra especie, prefiere la compañía.”

La política y la vigilancia del FBI

Al contrario que muchos otros norteamericanos víctimas del crack, Groucho y sus hermanos pudieron recuperarse de las pérdidas gracias a un éxito que les siguió dando trabajo. La risa seguía siendo su fuente de ingresos.

De esa experiencia le quedó una mirada despectiva de la política, sobre la que llegó a decir: “La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados.”

Sí se interesaba por los derechos civiles. En 1934 recaudó fondos para el Comité Nacional de Prisioneros Políticos y concedió una entrevista al Daily Worker donde repudió el encarcelamiento de Tom Mooney, un activista socialista acusado sin pruebas de un atentado que nunca había cometido, y la situación de los Chicos de Scottsboro, nueve jóvenes afroamericanos acusados injustamente de violar a dos mujeres blancas en un tren de mercancías.

En esa entrevista habló también de la Unión Soviética de manera elogiosa: “Es un país maravilloso. Todo el mundo esperaba que fracasara, pero lleva ya más de 16 años, así que es un éxito. Mi hermano Harpo estuvo allí por invitación del Gobierno. No tienen desempleo. Ojalá pudiera decir lo mismo de aquí”.

Que su apellido fuera Marx y se pronunciara de esa manera lo puso en la mira del FBI, que abrió ese año una investigación sobre él que duraría más de dos décadas. Más tarde, el senador Joseph McCarthy y Richard Nixon lo tendrían también en la mira durante la “caza de comunistas” en el mundo del espectáculo. Nunca le pudieron probar nada, pero a Groucho, Nixon le quedó entre cejas.

Muchos años después, entrevistado en la televisión por Bill Cosby, éste le preguntó:

— Usted, que ha conocido a todos los grandes cómicos, ¿en qué lugar me pondría a mí? – le preguntó Cosby.

— Justo por detrás de Richard Nixon – fue la fulgurante respuesta.

Lengua despiadada

Así como en los escenarios, en las películas o frente a las cámaras de televisión, la lengua filosa de Groucho Marx hacía estallar de risa, también era motivo de temor entre los políticos y el mundillo del espectáculo.

Uno de los intocables de Hollywood, Humphrey Bogart, debió padecerla cuando estaba en el pináculo de su fama y del respeto del público y de sus colegas. De todos, menos Groucho, que se despachó sobre él: “Humphrey Bogart vino anoche a casa y terminó completamente ebrio, algo por otra parte, bastante normal en él. Cuando está borracho es un imbécil, pero la verdad es que no mejora mucho cuando está sobrio”.

Otro que lo padeció por Ron Wood, el guitarrista de The Rolling Stones, en una fiesta. Cuando se acercó a saludarlo, Groucho le disparó en la cara: “Es el corte de pelo más estúpido que vi en mi vida ¿Sos un hombre o una gallina?”.

Incluso otra de las intocables de Hollywood, Doris Day, cuya imagen cinematográfica era sinónimo de pureza e inocencia, lo sufrió en los pacatos años ‘50. Alguien le preguntó a Groucho como llevaba la edad y, sin que viniera a cuenta, contestó: “Soy tan viejo que recuerdo a Doris Day cuando era virgen.”

Mujeres y machismo

Groucho Marx se casó tres veces y se separó otras tantas. Su relación con las mujeres fue siempre difícil y no dejaba de ser cáustico con ellas, con palabras que, si se las mira desde la perspectiva actual, serían motivo de denuncia.

Su segunda esposa, Ruth Johnson, se separó de él poco después de una cena con muchos invitados en la casa. Al probar la comida, Groucho le preguntó delante de todos:

— “Querida, ¿en qué cárcel me dijiste que te enseñaron a preparar esta sopa?”

Sus chistes misóginos, que entonces hacían reír, hoy seguramente no serían aceptados:

— “Nunca voy a ver películas en las que el pecho del héroe es mayor que el de la heroína”.

— “¿Por qué y cómo ha llegado usted a tener veinte hijos en su matrimonio? — Amo a mi marido. — A mí también me gusta mucho mi puro, pero de vez en cuando me lo saco de la boca.”

“Cásate conmigo y nunca más miraré a otro caballo”. “Detrás de un gran hombre hay siempre una gran mujer, y detrás de ésta está su esposa”. Son solo algunas, porque se las puede contar por decenas si se suman sus chistes, los diálogos de sus películas y sus libros.

El final

Hay quienes dicen que Groucho Marx pagó por esos chistes durante los últimos años de su vida, cuando estaba en pareja con la actriz Erin Fleming, cuarenta años menor que él, que también fue su manager. Los hijos de actor aseguran que lo manipuló y lo maltrató en la intimidad.

Otros sostienen que, a pesar de esos rumores, fue una buena influencia, que lo impulsó a volver al teatro y a la televisión cuando ya se había retirado.

Para esa época, Groucho también pensaba en la muerte con humor. Fue por entonces que escribió el texto que se leyó el día de su muerte. Y bromeaba sobre la reencarnación: “En mi próxima existencia me gustaría venir al mundo con la brillante inteligencia de Kissinger, la fabulosa apostura de Steve McQueen y el indestructible hígado de Dean Martin.”

Groucho Marx falleció el 19 de agosto de 1977 en Los Ángeles a causa de una neumonía. Fue incinerado, como había pedido: “Cuando muera quiero que me incineren y que el diez por ciento de mis cenizas sean vertidas sobre mi representante.”

Cuarenta y cinco años después de su muerte, sigue escapando a cualquier definición. Tal vez convenga citar la suya de sí mismo:

“No estoy seguro de cómo me convertí en comediante o en actor cómico. Tal vez no lo sea. En cualquier caso, me he ganado la vida muy bien haciéndome pasar por uno de ellos durante bastantes años.”

(Nota final: la falsa cita que encabeza esta nota es un juego de palabras sobre una de las más famosas de Groucho Marx: “Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros”.)

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