La mañana del 17 de junio de 1940, después de cuatro días de ausencia, Aristides de Sousa Mendes do Amaral e Abranches abrió la puerta de su despacho del consulado de Portugal en Burdeos y se asomó al enorme hall de la residencia, poblado de familias desesperadas. Pidió silencio y después dijo – casi gritó – con voz firme:
-De ahora en adelante les doy visas a todos. No habrá más nacionalidades, razas o religiones. Le había costado cuatro días de tribulaciones, gran parte de los cuales pasó en cama con una crisis nerviosa, para tomar la decisión.
Las tropas nazis estaban a punto de tomar París y la rendición de Francia era un hecho. En Burdeos, miles de familias – buena parte de ellas de origen judío – intentaban conseguir una visa para escapar del país, donde sabían que más temprano que tarde su futuro sería una condena a trabajos forzados en un campo de concentración o directamente la muerte.
En los papeles, Portugal era un país neutral, pero la dictadura de António de Oliveira Salazar había dado a sus diplomáticos estrictas instrucciones de que las visas para refugiados judíos, políticos y apátridas solo podían emitirse con el permiso expreso de Lisboa. Y desde la capital portuguesa no llegaban, por más que las pidiera.
El 13 de junio, la víspera de la caída de París, el cónsul de Souza Mendes llegó a la conclusión de que las visas que pedía nunca llegarían y tuvo una crisis nerviosa que lo postró en la cama. Durante cuatro días se debatió entre las voces de su conciencia y las órdenes de su gobierno, hasta que tomó una decisión que le costaría su carrera diplomática y lo sumergiría en la miseria pero que lo haría pasar a la historia como “El Schindler portugués”, equiparándolo al industrial alemán el industrial alemán Oskar Schindler, que salvó a cientos de judíos de la deportación.
Porque entre el 17 de junio – cuando hizo el anuncio – hasta el 24 firmó febrilmente unas 30.000 visas sin otra autorización que la de su conciencia para salvar otras tantas vidas.
Entre ellas las de Salvador Dalí y su mujer, Gala; la pintora Hélène de Beauvoir, hermana de Simone de Beauvoir; Otto de Habsburgo, hijo del último emperador de Austria-Hungría; el cineasta King Vidor, miembros de la familia de banqueros Rothschild y la mayoría del futuro gobierno belga en el exilio. Se calcula de alrededor de diez mil visas fueron para familias judías.
Un hombre de la dictadura
Aristides de Sousa Mendes pertenecía a una familia aristocrática, católica, conservadora y monárquica. Su padre, José de Sousa Mendes, era juez. Después de licenciarse en Derecho por la Universidad de Coímbra, en el año 1907, Arístides se mudó a Lisboa, junto con su hermano gemelo César, quien llegaría a ser ministro bajo el régimen de Salazar. En 1910, Aristides contrajo matrimonio con su prima carnal y amor de juventud, María Angelina Coelho de Sousa Mendes, con la cual tuvo catorce hijos e hijas, que nacieron en los distintos países en los que estuvo destinado, como Zanzíbar, Brasil, España, los Estados Unidos y Bélgica.
Era un simpatizante confeso de la dictadura ultraderechista de Salazar. Tanto que en 1929 escribió al Ministerio de Asuntos Exteriores desde Vigo, donde había sido destinado como cónsul: “Soy la persona ideal para vigilar y aniquilar las maniobras conspiratorias por parte de los emigrados políticos” y elogiando su propio trabajo de persecución a los refugiados en España.
El comienzo de la Segunda Guerra Mundial lo encontró en un nuevo destino: el consulado de Burdeos, donde llegó poco antes de que los nazis invadieran Francia.
Apenas comenzada la guerra, la dictadura de Salazar emitió la Circular 14, que determinaba que, para los casos especiales de apátridas, los portadores de Pasaporte Nansen, los rusos y los judíos expulsados de sus países, los cónsules portugueses sólo podían conceder visados después de haber pedido autorización al Ministerio. En los demás casos, los cónsules podían seguir otorgando visados. El objetivo era evitar la entrada de agitadores políticos, infiltrados y apátridas.
En Burdeos, Aristides de Sousa Mendes no tuvo reparos en cumplir con la orden de Salazar, hasta que entró en crisis por obra de un rabino.
El cónsul y el rabino
Apenas llegado a Burdeos, el cónsul portugués entabló amistad con el rabino Chaim Kruger, que venía huyendo con su familia primero desde Polonia y más tarde desde Bélgica. Conmovido por esa situación particular, en junio de 1940, cuando la rendición de Francia ante los nazis era un hecho irreversible, Aristides de Sousa Mendes le ofreció a su amigo ayuda para escapar con su familia a través de la frontera española.
La respuesta del rabino lo desconcertó: “No puedo irme y dejar abandonados a los miles de refugiados judíos que están en la ciudad”, le dijo. Y no hubo argumento esgrimido por el cónsul que pudiera convencerlo.
Después de esa conversación, el cónsul portugués escribió una carta a un amigo que reflejaba su estado de ánimo. Fechada el 13 de junio de 1940, decía: “Aquí la situación es horrible, y estoy en la cama debido a una fuerte crisis nerviosa”.
Estuvo cuatro días en la cama. “Nadie sabe realmente qué pasó por su mente en esos días”, escribió sobre Aristides de Souza el historiador Mordecai Paldiel, quien dirigió el departamento de Justos entre las Naciones en el centro conmemorativo del Holocausto Yad Vashem de Israel durante 25 años. “Algunos dicen que el deber de un diplomático es obedecer las órdenes de arriba, incluso si esas instrucciones no son morales”, agregó.
Finalmente, la mañana del 17 de junio, el cónsul tomó una decisión y se levantó de la cama para ir a su despacho. Su conciencia había ganado la batalla frente a las precisas órdenes de Salazar. “Más tarde, en Lisboa, Sousa Mendes le dijo a un rabino: ‘Si tantos judíos pueden sufrir por un católico, está bien que un católico sufra por muchos judíos’. Estaba hablando de Hitler, por supuesto”, contó Paldiel.
Visas a granel
Durante la semana que siguió, Aristides de Sousa Mendes firmó autorizaciones sin descanso. Se corrió la voz rápidamente y frente a las puertas del consulado se formaron filas de personas que buscaban el papel que podía salvarles la vida. La marea humana era tan grande que, en determinado momento, el cónsul salió a la calle y siguió firmado las visas allí.
No se sabe con certeza cuántas visas de tránsito emitió para permitirles a los refugiados pasar de Francia a España y viajar a Portugal. Las estimaciones oscilan entre 10.000 y 30.000, y la mayoría buscaba cruzar el Atlántico hacia una variedad de destinos estadounidenses y latinoamericanos. Por ejemplo, la Fundación Sousa Mendes, en los Estados Unidos., ha identificado a unos 3.800 poseedores de visas emitidas por el Consulado francés en Burdeos que llegaron a ese país.
En Lisboa no demoraron en enterarse de lo que su cónsul estaba haciendo y le enviaron cablegramas ordenándole que dejara de emitir visas. Se corrió la voz de que había “perdido la razón”. Casi al mismo tiempo, el gobierno español declaró que esas visas no eran válidas, pero para entonces miles de personas habían cruzado el río Bidasoa hacia la región vasca de España y salvado sus vidas de la persecución de los nazis.
A principios de julio, sus jefes del Ministerio de Asuntos Exteriores portugués le ordenaron volver. Llegó a Lisboa el 8 de julio y ese mismo día llegó el fin de su carrera diplomática.
Para evitar un escándalo, el gobierno portugués no lo expulsó inmediatamente del servicio diplomático, pero “lo puso en la congeladora”, es decir, no le asignó ninguna labor y le redujo el salario a la mitad. Estuvo un año en esa situación, hasta que el propio dictador Salazar lo echó.
Sin dinero, se refugió en su casa familiar y sobrevivió gracias a caridad de la comunidad judía en Portugal. Murió el 3 de abril de 1954, a los 69 años, en el Hospital de los Franciscanos en Lisboa y fue enterrado con los hábitos de esa orden religiosa.
El “Schindler portugués”
Debió pasar más de una década para que el gesto de Sousa Mendes fuera reconocido más allá de la gratitud de las personas que había salvado con sus visas. En 1966 fue reconocido como “justo entre las naciones” por el memorial del Holocausto en Jerusalén. Veinte años más tarde, en su país, fue condecorado póstumamente con la cruz del mérito antes de entrar en el Panteón nacional en octubre de 2021.
Recién la semana pasada, la ciudad de Burdeos le rindió un demorado homenaje con una exposición en el Museo de Aquitania. “Fue un cónsul en la Resistencia, cuyos valores de moralidad eran más fuertes que las órdenes. Esta exposición tiende un puente entre pasado y presente, nos cuestiona sobre la acogida de los refugiados y sobre las nociones de desobediencia y de acción cívica”, dijo Laurent Védrine, comisario jefe del museo, en su discurso inaugural.
En la entrada de la exposición, una escultura video metálica en forma de candelabro simboliza el dilema interno que durante esos cuatro días de junio de 1940 abrumó al cónsul portugués. Sobre la obra, concebida por el artista Werner Klotz a partir de una idea de Sebastien Michael Mendes, nieto de Aristides, hay pantallas en los que desfilan imágenes que pudieron atormentar al diplomático, mientras que una banda de sonido enumera los apellidos de los refugiados a los que les dio sus visados.
Entre los diarios de época e imágenes del puente de piedra sobre el Garona invadido por una marea humana, en la muestra se exhiben también pasaportes sellados por el cónsul y estrellas amarillas.
Más de ochenta años después de la semana durante la cual salvó decenas de vidas con su firma desobediente, el cónsul Aristides de Sousa Mendes do Amaral e Abranches, “El Schindler portugués”, volvió a la ciudad donde su conciencia ganó la batalla de la vida sobre la muerte.