Tres fotos dieron vuelta la guerra de Vietnam. No su resultado, sí la percepción que el mundo tenía antes de esas fotos, y tuvo después.
La primera, es la de Thich Quang Duc, aquel bonzo budista que se quemó vivo en plena calle, el 11 de junio de 1963, para protestar contra las persecuciones budistas del entonces presidente de Vietnam del Sur, Ngo Dinh Diem.
La segunda foto es la ejecución, también en plena calle, del guerrillero comunista Nguyen Van Lém, capturado el 1 de febrero de 1968 durante la famosa Ofensiva del Tet, después de degollar al teniente coronel Nguyen Tuán, a su esposa, a seis de sus hijos y a la madre del militar, de ochenta años. La cámara del fotógrafo Eddie Adams tomó el instante exacto en el que el jefe de la policía de Saigón, Nguyen Ngoc Loan, dispara a la sien derecha del guerrillero.
La tercera foto cumple hoy medio siglo. Es la que tomó el fotógrafo Huynh Cong “Nick” Ut el 8 de junio de 1972, y muestra a la chica Kim Phuc, que entonces tenía nueve años, mientras corre desnuda, desesperada, con su cuerpo en llamas invadido por el napalm lanzado por la aviación de Vietnam del Sur. La foto es un alarido, la historia dice que Kim gritaba “¡Quema, quema…!” mientras, unos pasos adelante, su hermano mayor también grita, en apariencia ileso, pero aterrado.
Tres instantáneas, tres épocas diferentes de una guerra, tres momentos clave en los que el horror llegó a la mesa diaria de los estadounidenses. Fue el gran triunfo cultural del Vietcong y de Hanoi, la capital comunista de Vietnam. La de Vietnam fue tal vez la guerra más fotografiada y filmada de la historia. Mientras Estados Unidos transparentó en gran parte su accionar militar, Vietnam del Norte la convirtió en secreto de Estado: aún hoy, a más de medio siglo, sus archivos permanecen cerrados, sus testigos silenciados y los horrores del Vietcong enterrados.
Aquel 8 de junio, Nick Ut, que era apenas doce años mayor que Kim, salió de Saigón hacia la aldea de Trang Bang porque tenía noticias de que la aviación del Sur iba a bombardear la zona que, sospechaba, estaba plagada de guerrilleros vietcongs. Ut cubría la guerra para la Associated Press desde que era un chico de diecisiete años. Kim estaba en cerca de la aldea que sería blanco del bombardeo, porque su familia se había refugiado de los horrores de la guerra en un templo, el de Cao Dai, una especie de catedral del caodaismo, la variante religiosa que seguían los Phuc. Kim quería jugar: ni guerra, ni religión: tenía nueve años.
A media mañana, Ut escuchó el zumbido de la aviación y preparó su cámara. Kim escuchó que un soldado gritaba: “¡Tenemos que desalojar! ¡Van a bombardear y a matarnos a todos…!” Después, la chica vio llegar a un avión, era un Skyraider pero Kim no lo sabía; también vio caer unos objetos raros, como huevos grandes, oyó un estallido ensordecedor, sintió que el suelo temblaba y que un calor infernal la envolvía mientras surgían llamas anaranjadas a su alrededor: estaba quemada.
El napalm es un arma química. Es nafta en gel. Heredó el nombre de sus componentes: ácido nafténico y ácido palmítico. Provoca una persistente combustión, dura mucho más que la nafta común usada en la segunda guerra en los lanzallamas y se pega en todas partes lo que la convierte en un arma mortal. Las llamas y el napalm quemaron primero el brazo izquierdo de Kim y su sencilla ropa de algodón se derritió sobre su piel: una desgracia que evitó también que el napalm se quedara a vivir en su cuerpo.
Desesperada y desnuda, Kim echó a correr por una ruta, junto a su hermano y el resto de los chicos. Ut la vio venir, vio aquella dantesca, impensada y tomó la foto que lo iba a hacer famoso mientras escuchaba el aullido de Kim, “¡Quema! ¡Quema!”. Luego recordaría: “Yo intuía que algo terrible podía pasar después del bombardeo, así que estaba atento con mi cámara. Miré a través del humo negro y vi a una niña, desnuda, que corría directamente hacia nosotros para escapar de la aldea por aquel camino rural Cuando se acercó, vi que partes de su piel empezaban a desprenderse de su cuerpo. Ella ya se había arrancado la ropa, la que no se había derretido, para evitar quemarse más. El napalm ya había quemado su cuello, la mayor parte de su espalda y su brazo izquierdo. Dejé mi cámara en la carretera y traté de ayudarla, vertimos agua en sus heridas y la cubrimos con un abrigo. Después la tomamos junto a los otros niños y los subimos a la camioneta de AP para llevarlos a un hospital. Ella decía: ‘Me estoy muriendo, me estoy muriendo’”.
Ut había tomado sus fotos junto a algunos soldados de Vietnam del Sur que fueron quienes primero auxiliaron a Kim. La foto famosa es la de Ut, pero otras fotos tomadas en esos instantes dramáticos, que buscaron mostrar el daño que el napalm había provocado en la espalda de Kim, muestran que un militar vietnamita y reporteros y camarógrafos que buscaban la zona bombardeada, la rodean para socorrerla.
Años después, Kim recordaría lo que pensó mientras era consciente de que se quemaba entera: “Voy a ser fea. No voy a volver a ser como antes. La gente me va a ver diferente. Nadie me va a querer…” Después se desmayó. Ni siquiera recuerda que Christopher Wain, corresponsal de la cadena británica British Independent Television, le rociaba la espalda con el agua de su cantimplora para aliviar sus quemaduras. Wain insistió para que Kim fuese llevada a la unidad Barsky, un pequeño centro médico de campaña operado por las tropas americanas: era el único sitio en Saigón donde podían curar sus lesiones. Pero Ut la llevó a un pequeño hospital donde no quisieron atender a la niña. “Entonces saqué mi credencial de reportero de Estados Unidos y pedí que la atendieran los médicos de inmediato”. El reportero lidiaba con sus propios fantasmas: su hermano mayor, también fotógrafo, había muerto en el delta del río Mekong mientras cubría un combate. “Si le pasaba algo a esa chica, creo que me habría suicidado”, admitió luego Ut.
La foto de Ut tuvo su propia historia. Revelado el rollo en las oficinas de Saigón de la AP, Ut y sus compañeros temieron que nunca se publicara: la agencia tenía una política estricta sobre la desnudez y Kim aparecía desnuda y de frente. Pero el editor Horst Faas, un veterano en Vietnam, supo que estaba ante una foto extraordinaria: terrible, pero extraordinaria. El valor testimonial de aquella imagen se impuso a cualquier otra consideración: la foto de Ut se transmitió al mundo entero y Ut ganaría un premio Pulitzer por esa imagen que se convirtió en un símbolo: “Ilustró de modo dramático lo que ya era un hecho regular en Vietnam: napalm por todos lados, en pueblos lejanos, civiles muertos, aterrorizados por la guerra… Imágenes que nunca habíamos visto en el pasado. Por eso la foto de Ut fue tan significativa”, explicó el famoso corresponsal Peer Arnett, él mismo ganador de un Pulitzer por sus notas en Vietnam y autor de un fantástico libro: Saigón has fallen – Saigón ha caído y que hoy tiene ochenta y seis años.
Kim, la chica que tenía miedo de ser fea para siempre, estuvo catorce meses internada, se sometió a diecisiete operaciones de injertos de piel, entre otras cirugías. El treinta por ciento de su cuerpo quedó con marcado por las quemaduras del napalm. “Es el dolor más terrible que te puedas imaginar. El agua hierve a cien grados; el napalm genera temperaturas de ochocientos a mil doscientos grados”, explicó años después, convertida en una luchadora por la paz.
También explicó cuáles habían sido las huellas psicológicas que también la marcaron para siempre: “No podía encontrar la paz. Quería desaparecer. Incluso deseaba la muerte. Pensaba que si moría no tendría que sufrir mental, física y emocionalmente, pero empecé a estudiar diferentes textos religiosos en busca de respuestas. Y a los diecinueve años me convertí al cristianismo y creo que fue mi fe fue la que me ayudó a abrazar la vida de nuevo. Oré mucho pidiendo ayuda, porque quería seguir adelante, casarme y tener hijos. Y cuando Dios me concedió eso, a partir de ese momento aprendí a perdonar”.
Kim creció sin poder evitar odiar la foto de Ut, su rostro infantil congelado en un gesto de agonía, su cuerpo expuesto y vulnerable revelaban un dolor indescriptible. “Con los años, y después de una larga lucha, comprendí que esa fotografía era un instrumento para hacer pensar a la gente sobre los horrores de la guerra. Esa fotografía, de ese modo, se convirtió en un camino hacia la paz. Me di cuenta de que si no podía escapar de esa fotografía, debería volver y trabajar con esa imagen por la paz.”
Antes de trabajar por la paz, a Kim le iban a pasar muchas otras cosas. Después del hospital fue a vivir a una pequeña aldea vecina a la frontera con Camboya, donde Ut y otros periodistas la visitaron hasta el 30 de abril de 1975, cuando Saigón cayó en manos comunistas. El tratamiento médico y los analgésicos se hicieron más caros, los dolores más intensos y la vida más precaria. Kim entró en la Escuela de Medicina para cumplir su sueño de ser médica, pero cuando las autoridades supieron quién era, la niña de la foto, la obligaron a dejar los estudios, regresar a su provincia de origen y participar de encuentros periódicos con periodistas extranjeros: la convirtieron en un objeto de propaganda.
Y aquella foto, condena y salvación, acudió en su ayuda. Viajó a Alemania Occidental en 1982, a sus diecinueve años, para recibir mejor atención médica y más tarde, en 1986, el primer ministro vietnamita autorizó que Kim pudiese estudiar en Cuba. Allí conoció a otro joven estudiante, Bui Huy Toan: se casaron en 1992 y fueron a pasar su luna de miel a Moscú: todo muy comunista. Cuando la pareja regresaba a Cuba, el avión hizo una escala en Ontario, Canadá, para cargar combustible. Y perdió a dos pasajeros. Kim y su flamante marido no regresaron jamás, pidieron asilo político, que le concedieron enseguida al igual que la ciudadanía canadiense.
Desde Ontario, Kim llamó a Ut, a quien siempre llamó “mi tío Nick”, que trabajaba entonces en la oficina de Los Ángeles de la Associated Press, para darle la novedad. Ut la instó a contar su historia, la que ella quería olvidar. Total, que la prensa la descubrió cuando vivía en Toronto, Kim supo que jamás iba a poder desprenderse de su historia y decidió convertirse en una activista por la paz.
En 1996 la invitaron a participar de una ceremonia del Día de los Veteranos en Estados Unidos. Y fue para expresar su perdón a los soldados que habían participado de aquella guerra. Se vio cara a cara con uno de los pilotos que aquel 8 de junio voló uno de los Douglas A-1 Skyraider que bombardearon Trang Bang, para expresarle su perdón. En 1999 publicó un libro, Fire Road – Camino de fuego, lanzó un documental y fue elegida como embajadora de buena voluntad de Naciones Unidas para ayudar a las víctimas de la guerra. “Supe que mucha gente conocía mi foto, pero muy poca conocía mi vida y ahora la uso para promover la paz. Voy a ser la chica del napalm para toda la vida.”
Tiene dos hijos y cincuenta y nueve años. En 1997, creó la Fundación Kim Phuc, que tiene como misión ayudar a los niños víctimas de la guerra, y siempre está en contacto con el tío Nick.
El tío Nick tiene hoy setenta y un años. En Los Ángeles también hizo fotos célebres, en especial las del juicio por asesinato a O.J. Simpson y una en particular, la de Paris Hilton en pleno ataque de llanto tras su detención en 2007. Se retiró de la AP y se dedica a hacer fotos y documentales sobre animales: está volcado de lleno a la Naturaleza. También va a ser, por el resto de su vida, el fotógrafo de la chica del napalm: “Fue una de las fotos que cambiaron el rumbo de la guerra. No me molesta que siempre me recuerden por eso, es un honor. Y es una imagen terrible”, afirma.
Nunca quiso volver a fotografiar la guerra, lo tentaron con Irak pero dijo no. “Tengo una familia, dos hijos, puedo ir a cualquier país, pero no durante una guerra. Y mi esposa no me dejaría”. El pasado 11 de mayo, Kim y el tío Nick entregaron una reproducción de la famosa foto al papa Francisco, durante su audiencia general de los miércoles, en la Plaza San Pedro.