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Los Soprano: 15 años después de su final, las grandes cadenas rechazaron la serie, la relación con la mafia y el final polémico

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Tony Soprano está en la barra de un restaurante. Examina una pequeña rockola. Pasa los temas hasta que elige Don’t Stop Believing de Journey. Se siente en una mesa, de esas típicas de los comederos norteamericanos: una tabla fija y dos sillones dobles enfrentados, como los de un vagón de tren. El lugar está concurrido. Un padre habla con tres hijos pequeños, pasan las mozas con bandejas. Suena una campanita, un llamador, cada vez que se abre la puerta. Con cada tañido Tony levanta la vista hacia la entrada. Hay tensión en su gesto, su cuerpo se pone alerta. La paranoia se instala en sus ojos. Ingresa Carmela, su esposa. Él sonríe. Cruzan algunas palabras, él pregunta sobre los chicos, ella sabe por qué están un poco demorados. Un hombre alto y fornido se sienta en una mesa del fondo y se concentra en un café doble. Otro lo hace en la barra. Entra el hijo de Tony. Llegan unas coca colas. El hombre de la barra mira sobre su hombro. Sigue sonando Don´t Stop Believing. La hija de Tony trata de estacionar frente al lugar; le cuesta varias maniobras. Llegan unos aros de cebolla. El hombre de la barra vuelve a mirar hacia atrás, ¿hacia la mesa de Tony? Meadow logra estacionar, cruza corriendo la calle, se escucha el tintineo de la puerta… La pantalla se funde a negro. Once segundos de oscuridad y silencio hasta que aparecen los títulos finales.

Por Infobae

Después de 86 capítulos, seis temporadas divididas en nueve años, el 10 de junio de 2007, hace 15 años, con esa escena Los Soprano llegaba al final. Hubo polémicas, desilusión y sobreinterpretaciones. Con el tiempo la mayoría aceptó la conclusión de la historia y agradeció la ambigüedad.

Los Soprano cambió la televisión. Las series ya no volverían a ser lo mismo. Cada temporada de la serie fue una larga película de trece horas.

En 1997, alguien le hizo a David Chase una oferta que pudo rechazar; le propusieron hacer una serie basada en El Padrino: “Eso ya está hecho. No me interesa”, dijo. Pero recordó una idea antigua de película que alguna vez trabajó sobre un mafioso que debía acudir al psiquiatra. Presentó el proyecto de Los Soprano a los directivos de cada cadena televisiva pero fue rechazado. Su última opción era HBO, que por el momento sólo tenía 11 millones de abonados.

La reseña argumental que sedujo a los ejecutivos: “Se trata de un tipo de unos cuarenta años, en la encrucijada de su vida, en una crisis de mediana edad. Tiene problemas en su matrimonio, problemas en su trabajo, cría hijos adolescentes en la sociedad moderna: las presiones típicas de cualquier hombre de su generación. La única diferencia es que el jefe de la mafia del norte de New Jersey. Ah, y además, va a una psicóloga”.

Que los canales tradicionales hayan dicho no fue lo que hizo que Los Soprano fuera inolvidable y alcanzara semejante nivel de excelencia. Con las urgencias del aire y la lucha del rating, la serie nunca hubiera tenido la profundidad que finalmente logró. Tampoco el casting hubiera sido el mismo. En la tele de aire hacía falta una figura ya instalada, con algún nivel de conocimiento.

David Chase, mientras trabajaba en el proyecto y se alistaba para filmar el piloto, una noche estaba en su casa mirando la ceremonia de ingreso de los miembros de ese año al Rock and Roll Hall of Fame. Los Rascalls fueron presentados por Steve Van Zandt, el hombre de la bandana, el guitarrista de la E Street Band, la banda de Brice Springsteen. Van Zandt fue gracioso, articulado y elocuente. Chase le dijo a su esposa: “Ese es el hombre que necesito”. Pensó que había encontrado a su Tony Soprano.

Pero HBO arriesgaba mucho y propuso tres posibilidades diferentes para el protagónico. Uno de ellos era un actor que todavía no se había destacado.

James Gandolfini sabía que podía ser la gran oportunidad de su vida. Al menos era una que aún no había tenido. La de protagonizar una serie. Tenía 37 años y todavía no había logrado un protagónico. Era un obrero de la actuación, acostumbrado a saltar de papel secundario en papel secundario. Parecía tarde para que su carrera tomara otro rumbo. Las estrellas eran jóvenes, atléticos, bien parecidos. Toda ilusión que pudiera haber construido se derrumbó en medio del casting. La lectura venía tropezada; lo que había preparado no le salía. Se escuchaba decir el parlamento de ese jefe mafioso y se sentía un farsante. Cuando le tocaba decir una de sus líneas, hizo un largo silencio. Bajo la vista, meneó la cabeza y enojado (con él mismo) se retiró del estudio mascullando unas disculpas. Lo que James Gandolfini no sabía era que David Chase lo había elegido en el mismo momento en que lo vio entrar caminando. Sabía que ese hombre medio pelado, excedido de peso y con la mirada oblicua debía ser Tony Soprano (a Steve Van Zandt le escribió un papel a su medida: Silvio Dante).

Después del fallido primer casting, ante la insistencia de Chase, Gandolfini volvió y lo hizo muy bien. Sin embargo, creyó que el papel no sería suyo. Nunca había sido el protagonista de un gran proyecto. Se conformaba con ocupar algunos de los roles secundarios en la banda de mafiosos. Supuso, según sus palabras, que el elegido sería “una especie de George Clooney pero italiano”.

Mathew Weiner, guionista de Los Soprano que luego crearía Mad Men, en una historia oral de la serie que hizo la revista Vanity Fair hace más de un lustro declaró: “El casting de Gandolfini fue clave. Su carisma natural. Amamos a Tony porque él tiene todos nuestros apetitos animales. Todo el mundo ama entrar a un lugar y comerse el sandwich más grande posible, sentarse en el mejor lugar, tener sexo con las chicas más lindas. Pero en su casa él tiene la misma vida que tenemos nosotros. No puede conseguir que lo respeten demasiado en su familia”.

Gandolfini urdió un gran Tony Soprano. En él se sostenía todo el andamiaje. Creó un mafioso tridimensional, complejo, con claroscuros, con resquicios.

Las seis temporadas de Los Soprano convirtieron a James Gandolfini en uno de los grandes actores televisivos de la historia. Sobre la cuestión existe una inédita unanimidad. El crítico norteamericano Alan Sepinwall dijo que si hubiera que cincelar un Monte Rushmore con los próceres de los dramas televisivos, una de esas esfinges talladas en piedra pertenecería, sin lugar a dudas, a James Gandolfini. El resto, escribió, se puede discutir. Pueden pelear un lugar Jon Hamm, Bryan Cranston y varios más. Pero Gandolfini y su Tony Soprano tienen un lugar asegurado en ese olimpo.

Antes de él (o de ellos: de Tony y de James) para un actor estar en una serie era una especie de descenso en su carrera, algo que podía brindar fama y dinero pero jamás prestigio. Entre las revoluciones que provocó Los Soprano esa es una de las más notables. Gandolfini cambió para siempre la dignidad del actor televisivo.

El resto de los actores tampoco eran conocidos. En el proceso de búsqueda, los creadores encontraron a varios de los intérpretes mientras audicionaban para otros papeles. Así se dieron hallazgos como la madre de Tony, los miembros de la banda o el tío Corrado Junior Soprano, uno de los grandes personajes de la historia detrás de esos anteojos enormes.

El papel de la esposa de Tony le fue ofrecido a Lorraine Bracco. Pero ella pidió el de la Dra Melfi. No quería quedar pegada al rol de esposa de mafioso, ya había cubierto ese papel en Goodfellas, el clásico moderno de Scorsese. Así fue como Edie Falco interpretó a Carmela.

El jefe de la mafia de Nueva Jersey hace una especie de asado y sufre un colapso, un ataque de ansiedad al ver los patos emigrar. Debe recurrir a una psiquiatra, a la Dra. Melfi. Ese es el inicio de la narración. Dos meses después llegó a los cines, y se convirtió en un éxito de taquilla, Analízame, una comedia que tenía un planteo similar: un jefe mafioso en busca de ayuda psicológica. Y si el profesional de la salud en ese caso era Billy Crystal, el mafioso era el que Chase quería para su película, Robert De Niro. Tal vez si la serie hubiera tardado unos meses más en estrenarse, nada hubiera sucedido cómo lo hizo; el planteo hubiera perdido sorpresa. La revolución no hubiera sido televisada.

El éxito fue inmediato y doble. Tanto la crítica como el público cayeron a los pies de este jefe mafioso. Cada semana eran más los espectadores. La imagen de HBO cambió para siempre.

David Chase manejó el proyecto con mano firme. El elenco integrado por hasta el momento desconocidos respondía y estaba muy agradecido. En su gran mayoría ignotos al ser elegidos se convirtieron en súper estrellas. Para tomar conciencia de lo que significó el nivel de atención que generaban es útil el caso de Steve Van Zandt, pieza clave de la E Street Band. Como músico tuvo dos momentos de gran exposición mediática; en 1975 con la aparición de Born to Run y en los ochenta con Born in the USA, más allá de su carrera solista que languidecía al momento del inicio de Los Soprano enredado en discos que se parecían más a panfletos políticos que otra cosa. Cuando la serie se instaló, cuenta Steve, que le era muy difícil salir a la calle ya que era reconocido y hasta acosado a cualquier lugar al que iba como nunca antes le había pasado. “El poder de la televisión” concluye.

Pero Chase era el líder del proyecto y no dejaba que nadie dudara de ello. La letra debía respetarse a rajatabla. No había lugar a las improvisaciones o que los actores parafrasearan el guión. A la pantalla llegaba exactamente lo que salía de la oficina de los escritores. Ya avanzadas las temporadas y con los protagonistas ganado fama y confianza, alguno se animó a acercarse a David Chase y plantearle: “Mi personaje nunca diría eso”. Chase le aclaró: “No te equivoques. Es MI personaje”.

El otro cambio en la industria del que Los Soprano fue líder fue el del DVD. HBO se resistía a editar la serie en ese formato. Creía que si los editaban, la gente podría conseguirlos por otros medios y no se suscribirían. Pero luego de dos temporadas HBO levantó la veda y tanto las ventas como los alquileres batieron récords. Lo recaudado en este concepto se convirtió en el gran beneficio económico del proyecto.

Otra de las consecuencias del éxito fueron los planteos económicos de los actores. La cuarta temporada sufrió demoras porque la negociación con Gandolfini fue larga y áspera. Tras llegar a un acuerdo, el primer día de rodaje el actor llamó al resto de los actores fijos y les entregó 33.333 dólares a cada uno como muestra de agradecimiento por su paciencia. En las últimas temporadas, Gandolfini percibió un millón de dólares por capítulo.

El retrato de la vida interna de la mafia era tan acertado que los mafiosos reales se preguntaban si no tendrían entre ellos un soplón. Como asesor de los guionistas contrataron a alguien de la fiscalía que investigaba a los hampones para que explicara el entramado económico y aportara datos. Algunas fuentes del FBI que se dedicaban a intervenir los teléfonos de los verdaderos mafiosos de Nueva Jersey contaron divertidas que los domingos a la noche y los lunes por la mañana, las escuchas se llenaban de febriles llamadas comentando el capítulo y tratando de descifrar a cuál de ellos habían retratado o en quién se habían inspirado para narrar un asesinato o un apriete.

Cuando Los Soprano ya se había instalado y nadie veía en Gandolfini a otra persona que no fuera Tony, algunos capos de la mafia lo contactaron para contarles sus experiencias y hasta recomendarle movimientos. Uno de ellos lo apercibió severamente por su atuendo en una escena del piloto: “Nunca uno de los nuestros usaría unas bermudas”.

Hasta ese momento la imagen que la gente tenía de los mafiosos se basaba principalmente en dos modelos, uno real y otro de ficción. Al Capone y Don Corleone. Ese imaginario ahora, en el transcurso de estos veinte años, se completa con Tony Soprano. Su figura es una referencia ineludible para construir el mafioso ideal, el arquetipo del gángster.

Dos años antes Chase le informó a su equipo que la serie concluiría en la sexta temporada. Durante todo ese tiempo pergeñó el final. En algún momento pensó que Tony era asesinado mientras cruzaba en su auto el túnel que estaba en la secuencia de títulos. Pero se quedó con la primera opción, con la escena del restaurante y el fundido a negro. El final, ya se dijo, causó estupor, algo de decepción y desconcierto. Pero el tiempo hizo su trabajo.

Lo que los guionistas sostuvieron es que Tony no podía tener otro final que algunas de las dos posibilidades del “Para Siempre”. Es decir, era asesinado o detenido de por vida. Ese era su destino ineludible.

Los Soprano cambió el lenguaje televisivo para siempre. Ya nada sería como antes. Esos criminales de Nueva Jersey con conflictos familiares, con problemas de ansiedad, capaces de los crímenes más atroces, se grabaron a fuego en la historia de la televisión.

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