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Tom Cruise cumple 60 años y nos cuenta cómo ha sido su lucha contra el tiempo, su autoexigencia en los sets y sus manías peligrosas

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Recién empezaba la década del ochenta. Él tenía poco más de 18 años. Iba en busca de una nueva vida. Se anotó en castings para películas, series de televisión y publicidades. Dejó currículums en cada agencia de Los Ángeles. A las pocas semanas lo llamaron para una prueba. Al finalizarla, se sintió satisfecho. Creía haber hecho un gran papel. El director vio que el chico no tenía demasiada experiencia. Le preguntó si había llegado hacía mucho. El aspirante a actor fue sincero: no más de quince días y ese era su primer casting. La siguiente pregunta fue si se quedaría en la ciudad. El chico pensaba a toda la velocidad la respuesta. ¿Qué le convenía decir? Hasta que se convenció de que el motivo de la pregunta era que los había impresionado y que lo llamarían. Este trabajo parecía mucho más fácil de lo que le habían dicho. “Ya me instalé en la ciudad. Es mi nuevo lugar”. El director lo miró y con una sonrisa ladeada, llena de sarcasmo y desdén, le dijo: “Bueno, andá a la playa. No vas a actuar pero al menos vas a estar bronceado”.

Por Infobae

No se necesitaron más de tres años de esa escena para que ese director quedara en ridículo y para que el mundo supiera de Tom Cruise. Fue su escena consagratoria, con la que se dio a conocer definitivamente. Se sirve un vaso grande de Chivas Regal, uno o dos hielos chicos, y lo arruina con el contenido de una lata de Coca Cola. Se siente en la mesa del comedor amplio, sin nadie a su alrededor, a comer todo lo que encontró en la heladera. Está solo en la casa, el sueño de todo adolescente. Disfruta de la libertad. Pone música. Suena Old Time Rock and Roll de Bob Seger. Un candelabro como micrófono, camisa, slip y soquetes blancos, y el baile que fijó su nombre en la cabeza de una generación.

Era 1983. Risky Business no fue su primera película, pero sí su primer protagónico y no desaprovechó la oportunidad. Se convirtió en el actor joven más relumbrante del momento. Los especialistas auguraban que sería una estrella. Pero esa apuesta había fallado en muchas ocasiones. Las carreras en Hollywood pueden ser de fulgurantes ascensos y caídas estrepitosas. La necesidad de la novedad, el escrutinio feroz una vez que se llega a la cima, las presiones, los errores propios y los cambios permanentes en la industria hacen que los momentos de apogeo sean (cada vez más) breves.

Hoy Tom Cruise cumple 60. Y, con algunos leves altibajos, está por llegar a las cuatro décadas de estrellato.

Top Gun: Maverick superó la semana pasada los 1.000 millones de dólares de recaudación en todo el mundo. Esa cifra seguirá engordando en las próximas semanas. En una industria en la que tras la pandemia los ejecutivos se preguntaban cómo hacer para recuperar la confianza, para volver a las cifras de 2019, Tom Cruise parece encabezar la lucha para proteger al cine, para preservar su poderío. Al menos como negocio y como espectáculo.

Es uno de los pocos nombres que en la actualidad aseguran una buena performance en taquilla. Modelado a la vieja usanza, parece uno de los actores de la época clásica, de los años cuarenta o cincuenta. Cruise le da al público lo que quiere.

Esta secuela algo inesperada de Top Gun estaba lista hace dos años. Mientras todos los estudios decidieron estrenar sus grandes proyectos en las plataformas de streaming sin esperar que se reabrieran las salas, Cruise como protagonista, ideólogo y productor del tanque cinematográfico se opuso terminantemente. Había que esperar, no atolondrarse. Top Gun: Maverick, creía él, que era más que una película, era una experiencia. Y como tal debía disfrutarse en el cine. Con las pantallas gigantes abrumando al espectador, trasmitiéndolo vértigo y el sonido del avión atronando y envolviéndolos. Su paciencia y obcecación (utilizó cada resorte contractual y todo su poder para impedir la salida por alguna plataforma) posibilitaron el gran éxito del 2022.

Tom Cruise nació el 3 de julio de 1962. Tuvo una infancia agitada. Su padre arrastraba a sus cuatro hijos (Tom tiene tres hermanas) y a su esposa por todo Estados Unidos. Ningún trabajo lo convencía, duraba poco en cada ocupación. Siempre intentaba empezar en otro lugar. Creía que sus problemas eran nada más que de locación. Se mudaron 15 veces en la misma cantidad de años. Eso provocaba, como es lógico, que sus hijos debieran cambiar de colegio cada vez. Esa vida nómade e incómoda hizo que Tom no pudiera establecer lazos profundos con ningún amigo. Cuando apenas entraba en la adolescencia su padre los abandonó. Casi no volvió a tener contacto con su familia. La madre consiguió tres trabajos para mantener a sus cuatro hijos. Tom se refugió en el cariño de sus hermanas.

Su otro sitio de resguardo fue el deporte. Se destacaba en los deportes en los que la fuerza física prevalecía: la lucha grecorromana y el hockey sobre hielo. Hubo quienes le insistieron para que siguiera estudiando porque era muy factible que consiguiera una beca deportiva en una buena universidad de su país. Pero una lesión en la rodilla puso en pausa sus sueños deportivos. Sin saber qué hacer, tal vez siguiendo a alguna chica, se anotó en un casting para la comedia musical Guys & Dolls. Para su sorpresa quedó elegido. No sabía que en ese momento su vida había cambiado para siempre. La ovación al final de cada función le provocaba sensaciones que nunca había experimentado (y que desconocía que fueran posibles).

Al terminar el colegio comenzó a estudiar actuación. Acostumbrado a emigrar, fue a la ciudad en la que se amontonan los sueños de los que quieren actuar: Los Ángeles. Lavó autos, fue camarero y cargó valijas. En sus primeras escenas recibió la recomendación de tomar sol y broncearse. Pero él persistió (no debe haber nadie en toda la industria alguien con tanta perseverancia, nadie tan obtusamente pertinaz). Fue a decenas de castings. Hizo pequeños papeles hasta que llegó Risky Business. Esa escena del baile cambió todo. A partir de ese momento el resto sucedió a velocidad supersónica. En los años siguientes actuó en grandes blockbusters y en películas con mayores ambiciones artísticas. No le alcanzaba con la taquilla y las tapas de revistas, quería premios y prestigio.

Antes de que llegara la década del noventa, en sus primeros siete años como actor lo dirigieron Francis Ford Coppola (el casting de The Outsiders fue una de las más grandes aglomeraciones de figuras jóvenes y promisorias, de la historia del cine, un casting casi profético antes de que se lanzaran todas esas carreras: Matt Dillon, Patrick Swayze, Emilio Estevez, Ralph Macchio, Rob Lowe y Diane Lane entre otros), Ridley y Tony Scott, Martin Scorsese, Oliver Stone y Barry Levinson. En ese lapso compartió pantalla con Dustin Hoffman, Paul Newman y Robert Duvall entre otros.

Leyenda, Cocktail, Días de Trueno fueron proyectos comerciales que no terminaron de convencer pero en el medio estuvo Top Gun, la confirmación definitiva de su estelaridad. Después ya establecido, ya siendo uno de los (pocos) grandes nombres de la industria actuó para Spielberg, Kubrick, P.T.Anderson, Michael Mann y Cameron Crowe entre muchos otros.

Hay quienes creen que su gran rol fue el de Ron Kovic, el ex combatiente lisiado que se convirtió en uno de los principales opositores a la Guerra de Vietnam. Otros prefieren la actuación explosiva en Jerry Maguire o la introspección de Magnolia. Alguno puede remarcar el papel muy breve y cómico en Tropic Thunder o el tour de force de Rock of Ages.

Tom Cruise dio muestras de su ductilidad a lo largo de estas décadas. Obtuvo reconocimiento crítico y varios premios, aunque nunca un Oscar. La industria en unos pocos años reparará esta omisión. La reconocerá no sólo su trayectoria sino lo que hizo para mantenerla con vida. No faltará quien recuerde que Paul Newman ganó su única estatuilla por El Color del Dinero, film de Scorsese cuyo co-protagonista fue Cruise.

Pero está la otra faceta. La del actor de las películas de acción, el que quiere llenar cada cine del mundo, el que no siente vergüenza por su deseo por liderar la taquilla, por hacer estremecer a sus fans. No hay en Tom Cruise ni un atisbo de remordimiento por buscar el entretenimiento puro. Top Gun: Maverick es la más reciente muestra. Pero el ejemplo más cabal es la saga de Misión Imposible de la que en poco tiempo se conocerá la octava entrega. También encabeza la serie de películas basadas en Jack Reacher, el detective solitario y mal llevado creado por el novelista Lee Child.

Intenta expandir los límites de ese tipo de producciones. Más efectos, más emoción, mostrar algo que no se vio antes. Y en esa búsqueda está la de la verosimilitud. Por eso reniega de los dobles. Ninguna otra súper estrella encara escenas de riesgo como él. Esa costumbre se convirtió en una manía, en una obsesión y en la peor pesadilla de las compañías aseguradoras. Se ha colgado de edificios, entrenó para poder mejorar sus tiempos de inmersión para las escenas de buceo, pilotó aviones y helicópteros, escaló montañas y saltó entre edificios (rompiéndose en el intento unos cuantos huesos).

No parece alguien de sesenta años. Los tratamientos e intervenciones estéticas, los cuidados dermatológicos, las vitaminas, el gimnasio y, claro, una genética privilegiada. Su lucha contra el tiempo se da en todos los terrenos. Por eso la energía y las escenas peligrosas. Por eso los papeles en los que la adrenalina juega un rol vital.

Pero este presente glorioso en el que parece inexpugnable, menos de quince años atrás parecía imposible. Hasta sus fanáticos más optimistas dudaban de que la carrera de Tom Cruise pudiera ser salvada, que alguna vez pudiera reverdecer.

Algún fracaso de crítica y de público, su adhesión a la Cientología (y su defensa a ultranza en cada oportunidad en la que pudiera: es decir en cada entrevista), sus problemas conyugales y la conducta errática, agresiva y desafiante en varias intervenciones televisivas hicieron creer que el público sólo le daría la espalda en el futuro.

En 2006, el presidente de Viacom, la empresa propietaria de Paramount que tenía contratado a Cruise, despidió ante los periodistas al actor: “Alguien que comete un suicidio creativo público y que pone en peligro las finanzas de la empresa no debe pertenecer más a ella”. Parecía que una era se había acabado.

Era la gira promocional de La Guerra de los Mundos, el film de Spielberg. Tal vez era la entrevista más importante de todas. Cruise con su gran sonrisa, con poco más de 40 años y con el mote de Hombre Más Sexy del Mundo ingresó al estudio. Cuando la conductora lo consultó por Katie Holmes, su nueva novia, él se paró sobre el sillón y empezó a saltar enloquecidamente, sobre excitado, sobreactuado. El resto de la entrevista corrió por los mismos canales estrafalarios: dijo sandeces, corrió por el estudio a Holmes, no hilaba demasiado las frases. Los siguientes encuentros periodísticos no variaron demasiado. Con Matt Lauer y hablando de la cientología se puso agresivo y atacó a Brooke Shields por tomar antidepresivos para combatir la depresión postparto. Denostó las drogas legales y se burló de quienes acudían a los médicos.

Poco después un episodio de South Park merodeó alrededor de los rumores que dudaban de su sexualidad. Cruise pidió en Viacom que el capítulo fuera censurado; amenazó con no permitir que su siguiente película se estrenara. A todo eso hay que sumarle que era un habitué de los tabloides.

El acoso del periodismo sensacionalista había empezado unos años antes con la separación de Nicole Kidman, la actriz australiana que había conocida en el rodaje de Días de Trueno y de la que se había separado después de la desgastante experiencia con Stanley Kubrick y los agobiantes más de 400 días de rodaje de Ojos Bien Cerrados. Pero tras estas apariciones en la TV, la Cientología y los rumores de sus intentos de subsumir a Katie Holmes, de convertirla casi en una esclava más que en una pareja, y los de sus problemas conyugales, su imagen se desmoronó de manera abrupta.

El regreso a los primeros planos, el logro de liderar la industria (tal vez como nunca antes lo había hecho) se debe a su determinación, a la obstinación que siempre demostró. Cuando compartió set con él, Paul Newman había alertado: “Este chico va a estar acá mucho tiempo. Tiene la voluntad, la cabeza y los huevos para hacerlo”.

Cruise siempre se exige al máximo. No negocia con él mismo. Puede repetir cuatrocientas veces (el número no es una exageración, es real) una escena en la que debe traspasar una puerta a pedido de Kubrick o colgarse de un brazo con decenas de metros de vacío a su pies.

Tom Cruise cumple sesenta años y sigue en la cima del mundo. Tiene todo lo que se necesita para permanecer allí un buen tiempo más: el talento, el carisma, la determinación y la locura.

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