Historias
A 11 años de la muerte de Steve Jobs, recordamos su último día en Apple, cuando ganó su primer millón y el mensaje final que nos dejó
“Siempre dije que si llegaba el día en que ya no pudiera cumplir con mis deberes y expectativas como CEO de Apple, sería el primero en hacérselos saber. Desafortunadamente, ese día ha llegado”, decía la breve nota en la que Steve Jobs renunciaba formalmente a la dirección ejecutiva de la compañía que había fundado en un garage californiano en abril de 1976 junto a su amigo Steve Wozniak y su ex compañero de trabajo en Atari Ron Wayne, sin saber que también estaba plantando la bandera de lo que sería Sillicon Valley.
Por Infobae
Esto ocurrió el 24 de agosto de 2011. Menos de dos meses después, un 5 de octubre de hace 11 años, el creador de Apple moría de cáncer de páncreas a los 56 años.
El origen de Apple
La travesía había comenzado en realidad exactamente cuarenta años antes, en 1971, cuando Jobs tenía sólo 15 y Woz, de 21, comenzó a apadrinarlo en sus proyectos de electrónica. Por entonces ya dibujaban en papel los primeros prototipos de una computadora personal.
“Siempre que lo evalúen conveniente, me gustaría quedar a cargo de la presidencia del Directorio y seguir desempeñándome como empleado de Apple”, continuaba Jobs en su carta, que aunque no era una sorpresa, sacudió a los mercados.
Aunque se encontraba de licencia médica hacía más de siete meses y desde que trascendió por primera vez que padecía cáncer de páncreas, en 2004, las versiones sobre el agravamiento de su salud habían llegado incluso a darlo por muerto, el anuncio de su decisión de encarar un plan de sucesión corporativa hizo caer las acciones y títulos de Apple un 7% en la bolsa de de Nueva York y un 4,1% en la bolsa de Frankfurt.
El comunicado, que firmaba simplemente como “Steve”, señalaba a Tim Cook como el nuevo CEO y aseguraba que creía que los tiempos de mayor innovación de la compañía todavía estaban por venir y que él esperaba verlos y poder contribuir a ese éxito desde su nuevo rol. Sin embargo, el último párrafo no ocultaba el tono de despedida inminente: “En Apple hice algunos de los mejores amigos de mi vida, les agradezco por haberme dejado trabajar con ustedes durante todos estos años”.
Para algunos Jobs no había sido el mejor jefe ni el mejor compañero. Tampoco había sido el mejor padre. Pero sabían que su legado era insustituible, y haber trabajado a su lado, un verdadero privilegio. Ese hombre era tan icónico de Silicon Valley y de la innovación como el logo de la manzana que se convirtió en el sello aspiracional de sus productos.
El origen de Steve
Había nacido el 24 de febrero de 1955 en San Francisco. Sus padres biológicos, Abdul Fattah Jandali, un rico y destacado politólogo de origen sirio, y Joanne Carole Schieble Simpson, terapeuta del lenguaje, se conocieron cuando eran estudiantes en la Universidad de Wisconsin. La familia de ella, católica y muy conservadora, no admitía la relación, y mucho menos un hijo extramatrimonial, por lo que cuando quedó embarazada de Steve ni siquiera se lo dijo a Jandali.
Tuvo a su bebé sin que nadie lo supiera y lo dio en adopción a Paul y Clara Jobs. Él era mecánico, ella tenía un negocio modesto, ninguno era profesional.
El creador de Apple lo contó en su célebre discurso ante los graduados de Stanford, en 2005. Ya sabía entonces que estaba enfermo y sus palabras quedarían para siempre como un testimonio sobre el valor de la educación, pero también de las muchas formas del amor, la fe y los caminos que traza el destino para cada uno de nosotros.
“Mi madre biológica era muy joven y sentía con fuerza que yo debía ser criado por universitarios, por lo que todo estaba arreglado para que yo fuera adoptado al nacer por un abogado y su mujer. Salvo porque, en el minuto en que llegué al mundo, se dieron cuenta de que en realidad preferían una beba –relató entonces–. Así, mis padres que estaban en una lista de espera, recibieron una llamada en medio de la noche para avisarles que había un bebé varón. Pero cuando mi madre biológica se enteró de que mi mamá nunca había ido a la facultad y mi papá no había terminado la secundaria, se negó a firmar los papeles de adopción”.
Los Jobs tuvieron que comprometerse a enviar a su hijo a la Universidad para que Schieble aceptara, aunque, “al conectar los puntos” – diría el hombre que cambió algunos de los detalles más básicos de nuestras vidas y que sería considerado hasta su muerte el ejecutivo más valioso del planeta–, una línea imaginaria parecía unir ese instante al momento en que, diecisiete años más tarde, decidió dejar sus estudios en Reed College, en cuya matrícula sus padres sus padres estaban invirtiendo todos sus ahorros. “No tenía idea de lo que quería hacer con mi vida, ni de cómo la Universidad podía ayudarme a decidirlo. Y la verdad es que nunca me gradué, y fue una de las mejores decisiones que tomé en mi vida”, dijo Jobs aquella tarde.
La razón era sencilla: en el momento en que abandonó sus estudios formales, pudo empezar a tomar sólo las clases que le interesaban. Fue en Reed, por ejemplo, donde se anotó en los cursos de caligrafía Serif y el espaciado entre caracteres que una década después sería clave en el diseño de la tipografía de la Mac. ”Y como Windows copió lo que hicimos, tal vez ninguna computadora personal tendría esta tipografía maravillosa de no ser porque yo dejé la Universidad –dijo sin ironía–. Siempre tenemos que confiar en algo: tu instinto, el destino, la vida, el karma. Lo que sea”.
Steve creció admirando a su padre mecánico. “Sabía cómo construir cualquier cosa, lo que necesitábamos, lo hacía. Cuando construyó nuestro cerco, me dio un martillo para que trabajara con él… Yo no tenía un interés particular por arreglar autos, pero sí por pasar tiempo con mi papá”.
Su historia parece responder a cada paso a la vieja pregunta sobre si lo que más influye en el desarrollo de las capacidades humanas es la naturaleza o la cultura: a las aptitudes innatas que Jobs traía en su ADN –y que muchos ven corroborarse por la exitosa carrera de Mona Simpson, su hermana biológica escritora, nacida después de que Jandali y Schieble se casaron, una vez que el padre de ella murió–, se sumó una crianza amorosa que estimuló y alentó su curiosidad.
El primer millón de Steve
“Tuve suerte en encontrar lo que amaba hacer muy pronto en la vida –dijo en Stanford el magnate que logró su primer millón a los 23 años y a los 25 ya tenía USD 250 millones–. Woz y yo empezamos con Apple en el garage de mis padres cuando yo tenía 20 años. Trabajamos duro, y una década después, Apple había pasado de ser sólo nosotros dos en un garage a una compañía de USD 2.000 millones con más de 400 empleados. Yo tenía 30 años y acabábamos de lanzar nuestra mejor creación, la Macintosh. Y entonces, me despidieron”.
¿Cómo pueden despedirte de la empresa que creaste?, se pregunta entonces Jobs ante una audiencia extasiada en el discurso que hasta hoy tiene más de 38 millones de reproducciones en YouTube.
El genio informático había contratado unos años antes al presidente de Pepsi, John Sculley para que asumiera como su CEO. Le tomó un tiempo convencerlo, pero su lógica fue implacable: “¿Vas a pasar el resto de tu vida vendiendo agua con azúcar, o querés tener una chance de cambiar el mundo?”.
Pero lo que empezó como una relación idílica, terminó en traición. Sculley puso al directorio contra Jobs y lo apartó del equipo a cargo del producto estrella, la Macintosh.
“Lo que había sido el foco de toda mi vida adulta desapareció, y eso fue devastador. Me convertí en un fracaso público, pensé incluso en irme de Sillicon Valley. Hasta que entendí que todavía amaba lo que hacía. Había sido rechazado, pero todavía estaba enamorado. Y decidí empezar de nuevo”, cuenta él mismo en el épico discurso de 2005.
Su renuncia a Apple en 1985 marcó también una oportunidad para volver a empezar en lo personal. Chrisann Brennan escribe en La mordida de la manzana, el libro en el que narra sus memorias junto a Jobs, con el que tuvo a su hija Lisa en 1978, que él se negó a reconocer durante años –incluso cuando ya era millonario y Brennan limpiaba casas para mantenerla–, que después de que fue despedido de su propia empresa, le “pidió disculpas muchas veces por su comportamiento” para con ella y con su primogénita.
También asegura que, sólo entonces, “admitió que nunca había asumido su responsabilidad cuando debió hacerlo, y que lo sentía”. Recién entonces comenzó a vincularse con Lisa y, cuando la hoy escritora tuvo nueve años, hizo los trámites legales para que cambiara su nombre por Lisa Brennan-Jobs. Sin embargo, Lisa contaría más tarde que la tensión entre ellos se mantuvo hasta los últimos días de su padre, que aunque la quería no se ahorraba con su hija mayor ciertos maltratos, como decirle que olía mal o que no le iba a dejar nada.
En esos años, Jobs perdió además a su madre biológica, por lo que se sintió libre de buscar a Joanne Schieble y comenzar también una relación con ella y con su hermana, Mona Simpson, con quien estuvo unido hasta el final de sus días.
Según Brennan, Mona fue una pieza fundamental para reparar la relación entre su hermano y Lisa. Cuando en 1989, durante otra lectura en Stanford, Steve conoció a Lauren Powell, terminó de armar la base de apoyo familiar que lo acompañaría en sus momentos más difíciles. Se casaron en una ceremonia budista en marzo de 1991 y tuvieron tres hijos: Reed, Erin y Eve.
“El peso de ser exitoso fue reemplazado por la levedad de volver a ser un principiante, y permitirme estar menos seguro acerca de todo –se lo escucha decir en su discurso con la iluminación de quienes ya entendieron que la vida no es eterna–. Me impulsó a entrar en uno de los períodos más creativos de mi vida. En los cinco años que siguieron a mi salida de Apple, fundé una compañía (informática) llamada NeXT, otra llamada Pixar, y me enamoré de una mujer maravillosa que se convirtió en mi esposa. Pixar creció hasta desarrollar el primer film animado por computación, Toy Story y, en un giro increíble de la historia, Apple compró NeXT, yo volví a Apple, y la tecnología que desarrollamos en NeXT hoy es el corazón del resurgimiento de Apple. Y yo tengo una familia que amo. Estoy seguro de que nada de esto hubiera pasado si no me echaban”.
La vida daba revancha. La muerte, no. Había sido diagnosticado con un tumor pancreático, en general un tipo de cáncer muy agresivo, en octubre de 2003. Practicante del budismo zen desde su juventud, cuando viajó por primera vez a la India en un viaje iniciático, creía que la mezcla de espiritualidad y alimentos sanos servía incluso como antídoto contra el cáncer, y se negó a ser operado hasta que la enfermedad había avanzado.
Algunos médicos han publicado papers alegando que ese tiempo perdido en un raro caso de un tumor de páncreas tratable es lo que impidió su cura. En la filosofía de Jobs, sin embargo, todo estaba escrito: “Si viven cada día como si fuera el último –dijo aquella vez a los graduados de Stanford–, eventualmente estarán en lo cierto. Es lo que me pregunté cada mañana de mi vida frente al espejo, y cada vez que la respuesta fue “No”, por varios días seguidos, supe que tenía que cambiar algo. Recordar que voy a estar muerto pronto es la herramienta más importante que encontré para tomar grandes decisiones en mi vida. Porque casi todas las expectativas externas, el orgullo, el miedo al fracaso o al ridículo, desaparecen frente a la muerte. Recordar que vas a morir es la mejor manera que conozco de evitar la trampa de pensar que tenés algo para perder. Porque ya estás desnudo. Y no hay razones para no seguir a tu corazón.”
Jobs le contó entonces a la audiencia que había sido diagnosticado con un tumor, pero lo había superado. Pero que daba lo mismo. “Nuestro tiempo es limitado, no podemos perderlo viviendo las vidas y los pensamientos de otros. Tengan el coraje de seguir su corazón y su intuición. Ellos ya saben lo que ustedes realmente quieren ser”, dijo.
Y les habló del mantra que lo había inspirado cuando era apenas un adolescente, mucho antes de que las computadoras que creó revolucionaran el mundo.
“La biblia de mi generación era The Whole Earth Catalog, se hacía a mano, con máquinas de escribir, tijeras y cámaras polaroid. La edición final se hizo a mediados de los setenta. Yo tenía la edad de ustedes. En la contratapa había una foto de un amanecer en la ruta, en medio del campo. Esas rutas en las que uno puede encontrarse si está haciendo dedo cuando es joven si es aventurero. Y debajo decía estas palabras: ‘Manténganse hambrientos. Mántenganse tontos’. Era su mensaje de despedida”
Ese mantra, que repitió varias veces aquel día, permanece también como su propia despedida a diez años de la renuncia que anticipó su partida.
Steve Jobs moriría el 5 de octubre de 2011, a los 56 años, en su casa de Palo Alto, rodeado de su mujer, sus hermanas Patty Jobs y Mona Simpson, y sus hijos. Hambriento, tonto, creativo –y a veces también impiadoso– hasta su instante final.
SEGUIR LEYENDO
TE PODRÍA GUSTAR
-
Nvidia destrona a Microsoft y Apple como líder bursátil mundial
-
Apple alcanza récord histórico en bolsa tras anunciar su propio sistema de IA y alianza con OpenAI
-
¿Cómo hacer que un celular viejo cargue más rápido? Siete consejos para mejorar la velocidad de carga de un teléfono cel
-
Carga tu celular de la mejor manera para cuidar la batería
-
¿Cómo puedes ocultar una aplicación en un iPhone?
-
Apple advirtió a sus usuarios sobre graves fallas de seguridad en sus dispositivos iPhone, iPad y Mac. Si posee uno de estos dispositivos, es importante que tome las medidas necesarias