Historias
Cómo el agente de Wall Street Bill W
Johnnie Solón solía dedicarle horas a la contemplación de animales. Visitaba con frecuencia un zoológico del barrio del Bronx, construido en 1899 en la ciudad estadounidense de Nueva York. Era el barman del Hotel Waldorf Astoria, levantado seis años antes. Creó en 1906 un cóctel inspirado en el avistaje de la fauna mundial. Lo llamó “Bronx”: tenía jugo de naranja y era refrescante. Pensaba que quien bebiera ese aperitivo podía alucinar con jirafas, leones, elefantes. No sabía que años después sería el germen de un movimiento multinacional que abogaría por liberar a las personas del alcoholismo.
Por Infobae
William Griffith Wilson murió como Bill Wilson el 24 de enero de 1971, a los 75 años. En New Bedford, Massachusetts, en un agasajo patriótico a soldados tomó por primera vez alcohol. Tenía menos de veinte años y estaba asignado al Cuerpo de Artillería de la Costa del Ejército de los Estados Unidos, mientras se desarrollaba la Primera Guerra Mundial. Había sido reclutado antes de que se recibiera de la Universidad de Norwich, un colegio militar en Northfield, Vermont, en una especialización de ingeniería. Se entrenó en Plattsburgh, Nueva York, y se capacitó en Fort Monroe, Virginia, donde alcanzó el cargo de segundo teniente. Un cóctel Bronx lo inició. “Había encontrado el elixir de la vida”, dijo.
Bill Wilson se hizo llamar William Griffith Wilson los primeros 39 años de su vida. Era hijo de Gilman y de Emily Griffith Wilson, hermano mayor de Dorothy, nacido en East Dorset, Vermont, el 26 de noviembre de 1895. Lo criaron Fayette y Ella Griffith, sus abuelos maternos, porque su madre se mudó a Boston y su padre a Columbia Británica, en el oeste canadiense. Era alto y desgarbado. Sufrió bullying en el colegio y asumió un profundo sentimiento de inferioridad. Curó su depresión y angustia con la literatura, el violín y el béisbol. Se enamoró de Lois Burnham, una mujer cuatro años mayor que él, en 1913. El 24 de enero de 1918 se casaron en la iglesia Swedenborgian de la familia de la novia en Brooklyn Heights. Bill, que ya experimentaba una adicción al alcohol, partió hacia Europa para contener el despliegue francés en Inglaterra en el marco de la Gran Guerra.
No combatió. Pero su experiencia, aunque traumática, también fue distinguida. Volvió a Estados Unidos. No había dejado de beber. Y volvió a estudiar: cursó una carrera de economía, obtuvo una licenciatura en derecho. No concluyó sus estudios porque para entonces el alcoholismo había empezado a hacer estragos en su comportamiento. Era un hombre intrépido y sagaz. Se involucró en el mundo de Wall Street como investigador de una compañía de finanzas. Elaboraba informes confidenciales sobre el potencial de áreas industriales sin explotar. Se convirtió en un exitoso corredor de bolsas, en un gurú de las finanzas: ganaba y hacía ganar dinero.
“Los genios conciben sus mejores proyectos cuando están borrachos”, convalidó. “En aquellos locos años veinte, bebía para soñar grandes cosas”, escribió años después. Esos locos años veinte hacían referencia a la disposición vigente en los Estados Unidos entre el 17 de enero de 1920 y el 6 de diciembre de 1933: la enmienda 18 de la constitución establecía la “Ley Seca”, una norma que prohibía “la fabricación, transporte, importación, exportación y la venta de alcohol para consumo”.
Para entonces, sus trastornos por el alcoholismo eran evidentes y habían inspirado la preocupación de Lois, su esposa, y la de sus principales socios comerciales. La crisis económica de 1929 y la pérdida de su capital financiero lo impulsaron a refugiarse en la bebida. “Cuando los hombres saltaban hacia la muerte desde las torres, yo estaba asqueado y me negué a saltar. Volví al bar. Dije, y creí, que podría reconstruir esto una vez más, pero no lo hice. Mi obsesión alcohólica ya me había condenado. Me convertí en un parásito en Wall Street”, reconoció.
El 26 de enero de 1971, dos días después de la muerte de Bill, el periodista John W. Stevens escribió en The New York Times: “Dosis adormecedoras de ginebra, whisky de contrabando y aguardiente de manzana de Nueva Jersey se convirtieron en la penitencia de Bill Wilson para todos sus problemas”. La gran depresión económica de la década del treinta lo desplazó a la casa de los padres de Lois, que trabajaba para solventar los gastos. Bill ya no distinguía el día de la noche. Su adicción era crónica y la sensación era de desesperación. Un hombre en caída libre.
No trabajaba ni postergaba sus ratos de sobriedad. Se acercaba al umbral de una decisión de vida: vivir desahuciado bajo los efectos del alcohol, sopesar el suicidio o renacer. En noviembre de 1934 recibió la visita de Edwin “Ebby” Thacher, un viejo amigo de copas. Esperaba pasar la noche bebiendo. Pero Ebby se negó. Le dijo que había dejado el alcohol, que lo había rescatado la fe, que se había liberado después de acercarse al Oxford Group, una organización cristiana fundada por el ministro luterano estadounidense Frank Buchman en 1921. Bill no era creyente ni adepto a ninguna religión. Ebby había sembrado una semilla de cambio. El despertar espiritual de Bill tardó semanas en brotar. “Dios había hecho por él lo que él no podía hacer por sí mismo”, escribirá después.
Incursionó, primero, en una conversión religiosa y luego en un tratamiento clínico: el 11 de diciembre de 1934 se internó en el Hospital Charles B. Towns de Nueva York para la adicción a las drogas y el alcohol. Tres días después recibió la visita de su amigo que, sin saberlo, se convertiría en el propulsor de un organismo internacional cuya literatura se tradujo a más de cien idiomas.
“Mientras estaba en el hospital, me vino la idea de que había miles de alcohólicos sin remedio que estarían contentos de tener lo que me habían dado tan generosamente. Tal vez podría ayudar a algunos de ellos. A su vez, podrían trabajar con otros”. Con la sobriedad le volvió el entusiasmo por cambiar, por vivir. Pensaba que su reencarnación espiritual podía servir de ejemplo: se convirtió en una voz de esperanza. Pero equivocó el enfoque: se lo corrigió el doctor William Duncan Silkworth, director del hospital. Bill sermoneaba a los alcohólicos y los castigaba por un presunto fracaso moral: su plática se nutría de consignas como amor, pureza, generosidad. Silkworth le pidió que no les hablara como un religioso, sino como un par, un alcohólico en recuperación, con conceptos más tangibles, atados a su experiencia personal.
Su causa por “dejar sobrio al mundo” recién empezaba. Wilson -expresó el periodista Stevens en su artículo necrológico- apeló a la filosofía básica del alcoholismo: “una alergia física unida a una obsesión mental, una enfermedad incurable aunque detenible en el cuerpo, la mente y el espíritu”. Egresó de su tratamiento en el hospital, se mantuvo sobrio durante seis meses hasta que la abstinencia y la debilidad reaparecieron. Ocurrió después de que le saliera mal un negocio: había viajado a Akron, Ohio, para una representación de acciones, para absorber una empresa que significaría su regreso triunfal a Wall Street y la recomposición de sus finanzas.
Tras su fracaso, quiso volver a beber. Daba vueltas por el bar del hotel Mayflower buscando sosiego. Frustrado, abatido, deprimido, el ex agente de bolsas y alcohólico empedernido, buscó salida en el teléfono. Quería hablar con alguien que lo entendiera: apagar su impulso con otro que sufriera la abstinencia como él. Tras una serie de comunicaciones a través de la red comunitaria del Oxford Group, concertó un encuentro con un desconocido. Era el doctor Robert Holbrook Smith, cirujano, proctólogo, alcohólico, nacido el 8 de agosto de 1879 en St. Johnsbury, Vermont.
La cita iba a durar quince minutos. Bill iba con la promesa de haberle encontrado la cura al alcoholismo: le habló de que era una enfermedad de la mente, las emociones y el cuerpo. Lo convenció. Su primera conversación duró cinco horas. Eran dos alcohólicos intentando ayudarse. “Bill fue el primer ser humano vivo con quien hablé que discutió inteligentemente mi problema a partir de la experiencia real. Hablaba en mi idioma”, dijo el doctor Smith.
Bill se instaló tres meses en Akron. Junto a su nuevo amigo procuraron “evangelizar”. Asistieron a pacientes internados por alcoholismo en el hospital de la ciudad. La recuperación del primer “enfermo” inauguró un propósito. El 10 de junio de 1935 es “el día de los fundadores”, la vez en que el doctor Smith bebió su último trago y se constituyó el origen de Alcohólicos Anónimos, “una comunidad de personas que se reúnen para resolver su problema con la bebida”, tal como reza su definición oficial.
William Griffith Wilson pasó a ser conocido como Bill Wilson y Robert Holbrook Smith como el doctor Bob. El anonimato era un baluarte. La de Akron fue la sede fundacional. Meses después se formó un grupo en Nueva York. Hacia fin de 1939 nació el tercero, en Cleveland. Ese año, cuando ya eran cien los sobrios que podían presumir en AA, Bill Wilson escribió 164 páginas del texto básico del organismo: se lo conoce como El libro grande. Consistía en la experiencia de treinta miembros recuperados, presentaba la filosofía del grupo y resumía en doce puntos las claves para alcanzar la sobriedad. Los doce pasos son, aún hoy, una guía práctica del programa de recuperación de Alcohólicos Anónimos.
El crecimiento exponencial de la idea desbordó las expectativas de los fundadores. Debieron abrir una oficina en Nueva York para responder consultas y, a su vez, establecer bases y principios éticos para sus miembros, en su mayoría pobres y desdichados. Comprendieron que la única forma de que nadie se beneficiara económicamente de la masividad de la propuesta era mantener las identidades en secreto, no autorizar una afiliación monetaria obligatoria ni recibir contribuciones superiores a los mil dólares.
Bill Wilson fue el portavoz de Alcohólicos Anónimos. En 1969, dos años antes de su muerte y luego de la primera Reunión de Servicio Mundial de la fundación, debió testificar ante el Senado de los Estados Unidos. Ante los fotógrafos, posó de espaldas para esconder su identidad. Los reporteros de la revista Time, en cambio, no tuvieron ese privilegio: no dejó que lo fotografiaran cuando fue tapa. Décadas después, lo incluyeron en la lista de las 100 personalidades más influyentes del siglo XX dentro de la sección “curanderos” junto a, por ejemplo, la Madre Teresa de Calcuta.
El 16 de noviembre de 1950 murió Robert Holbrook Smith y con él el doctor Bob. Llevaba quince años de sobriedad ininterrumpida. El 24 de enero de 1971, en su 53° aniversario de boda, murió William Griffith Wilson y con él Bill Wilson. Llevaba casi 36 años de sobriedad ininterrumpida. En 1966 había firmado una declaración jurada en la que habilitaba romper su anonimato tras su muerte. Para entonces, había 475.000 alcohólicos reconocidos en 15 mil grupos de Alcohólicos Anónimos en 89 países. Hoy, la presencia alcanza a 123 mil grupos distribuidos en 180 países con más dos millones de miembros.