La arcilla más deseada para un hombre de ciencia estaba tocando a su puerta, pidiéndole ayuda. En su currículum, como Director Científico y Jefe del Departamento de Fisiología y Biomecánica del Instituto de Ciencias del Deporte del Comité Olímpico Nacional Italiano, había acompañado a varios deportistas de élite a la gloria. Pero Diego Maradona tenía el potencial de ser su obra cumbre. Máxime, luego de que Enzo Bearzot, director técnico de la selección italiana, desdeñara contar con sus servicios para la puesta a punto de la Azzurra, campeona defensora del título, de cara al Mundial de México 1986.
Por Infobae
“Que se jodan, se van a volver en el primer turno”, aguijoneó Pelusa. “Para mí sería lo más grande poder entrenarte”, respondió Antonio Dal Monte, el especialista en cuestión. “El tipo me compró con esa frase”, subrayó Maradona a la distancia, en el libro “México 86, Mi Mundial, Mi verdad”. Y le dio pie a una sociedad que llevó al astro a convertirse en el mejor jugador del planeta en el certamen que consagró a la selección argentina por última vez en una Copa del Mundo.
Porque, para que Diego liderara como pocas veces un futbolista tiró del carro de un seleccionado en un certamen ecuménico, se preparó como nadie. Puso su físico y su talento en manos de Dal Monte, una eminencia, uno de los fundadores de la ciencia de la evaluación funcional de los deportistas, que lo acogió en su centro en Roma para ayudarlo a cincelar su mejor versión.
—¿Cuándo empezamos? —le pregunté (contó el Diez en el citado libro)
—El lunes que viene…
—Faltan tres meses para el Mundial, ¿alcanza?
—Vas a llegar diez puntos.
Y llegó mil puntos. Con la adaptación perfecta para una Copa del Mundo con condiciones especiales (por la altura, el smog y el horario en el que se jugaban los cotejos, con el sol del mediodía o la primera tarde azotando los físicos de las estrellas), afinado, capaz de soportar el castigo de los rivales de Corea del Sur, o zizaguear entre la impotencia de los adversarios ingleses; brillar como nunca frente a Bélgica, o hacer de todo un poco contra Alemania, incluyendo la puñalada-asistencia a Burruchaga que le acomodó la corona para siempre. “Lo que se hacía en ese centro no se hacía en ninguna parte. Yo estaba fuerte, fuerte. Si ves las fotos de esa época, parezco un boxeador, los brazos marcados, los pectorales, un lindo pendejo… ¡Volaba! Llegué muy embalado, estaba en el aire. Era mi Mundial o el de Platini. Y yo sentía que, físicamente, en México iba a poder sacar ventajas si estaba bien. Más que en otro lado. A nivel del mar me iban a poder perseguir, pero en México, si yo estaba bien, eso de seguirme por todos lados se les iba a complicar. Al final, a mí, la altura terminó favoreciéndome”, supo describir el Diez los efectos de ese trabajo especial.
Ahora bien, ¿cómo fue el link con el especialista que le dio el último empujón hacia la cima? “Cuando faltaban tres meses para México 86, Diego me dice en Nápoles que quería ponerse las pilas con el Mundial. Yo justo había leído el trabajo de un ciclista italiano, Francesco Moser, que había batido el récord del mundo en altura. Había hecho su preparación con un tal Enrico, un fisiólogo del norte de Italia. Hicimos una cita, y nos dijo que teníamos que conectarnos con Antonio Dal Monte”, resultó el germen de la relación, según reveló Fernando Signorini, histórico preparador físico de la estrella.
En efecto, el médico había estado detrás del “récord de la hora” que Moser logró precisamente en México, en 1984. Su función específica dentro del equipo científico se había enfocado en el diseño de la bicicleta. En el caso de Diego, tenía que trabajar en la relación entre el astro y la pelota, un idilio que necesitaba llegar a un nuevo nivel.
Así, una vez por semana, entre fecha y fecha del Calcio, Maradona y Signorini desandaban los 223 kilómetros entre Nápoles y Roma para la puesta a punto alternativa. “Hacíamos un primer turno a la mañana, después almorzábamos en la casa de Dal Monte con su familia, gente deliciosa, y a la tarde le metíamos un segundo turno. Le hacían controles de todo tipo: biomecánica, apoyo, volumen de oxígeno que podía consumir, en cuánto tiempo recuperaba, aprendió cómo iba a tener que respirar, era como un jadeo”, contó el Ciego, tal como el futbolista llamaba al profe, en La Nación.
Los estudios a Pelusa ofrecieron resultados sorprendentes. “Un día, entre tantas mediciones, me dijo: ‘Tu amigo hubiera sido un excepcional piloto de pruebas de aviones de guerra’. Le pregunté por qué. ‘Porque tiene un campo visual que no es común en los mortales’”, narró Signorini. El famoso gol a Inglaterra, en el que mientras gambeteaba iba contemplando todas las opciones como si avanzara en cámara lenta, es la prueba de ese “superpoder”.
Hubo más. “Otro día me dijo: ‘La respuesta de Diego al estímulo era mejor al de los mejores sprinters a nivel mundial. La orden que llegaba al cerebro era ejecutada por el cuerpo mejor que los mejores sprinters’”, le comentó a Infobae el otro descubrimiento.
Después del hito en el 86, la relación continuó. En el 90, Dal Monte salió al rescate cuando Pelusa perdió una uña del pie izquierdo en un entrenamiento previo al debut, el primero de los infortunios físicos que lo aquejaron a lo largo de la competencia, pero que no lo lograron sacar del campo de juego. El médico le creó una especie de uña de carbono para que la piel no quedara expuesta. Y en el 94, en aquella titánica preparación para la Copa del Mundo de Estados Unidos, con un Diego semi retirado, fue quien recomendó al doctor Néstor Lentini.
Signorini volvió a detectar esa visión 360° que observó Dal Monte en Maradona. Fue, justamente, acompañando a Diego en la selección argentina. Así lo confirmó en las 100 preguntas del periodista Diego Borinsky: “Estábamos en Pretoria, durante el Mundial 2010. Los chicos hacían un loco al costado y en un momento Diego me dijo: ‘Fer, llamalos así arrancamos’. Pegué el grito y empezaron a venir. Leo Messi avanzaba solo por la línea del medio, empujando suave la pelota. Me acerqué, pensando en sacarle la pelota por sorpresa, agarrarlo de la oreja y decirle ‘no estés distraído haciendo cosas que cualquiera te saca la pelota’, y cuando le tiré la derecha, Leo me corrió la pelota. Enseguida me vino a la mente lo que me había dicho Dal Monte de Diego”. El exclusivo efecto “ojos en la nuca”, patrimonio de los elegidos… que eligen vestirse con la capa celeste y blanca.
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