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Historias

Jeffrey Dahmer: el asesino que violaba y se comía a sus víctimas La serie de Netflix sobre el asesino Jeffrey Dahmer omitió algunos detalles

Por Infobae

Apenas subida a la plataforma, Dahmer – Monstruo: La historia de Jeffrey Dahmer, la miniserie creada por Ian Brennan y Ryan Murphy sobre la historia real del Carnicero de Milwaukee, un joven asesino en serie que se cobró 17 vidas de varones jóvenes a lo largo de 13 años, se convirtió en un éxito.

La serie, protagonizada por Evan Peters como Dahmer, fue vista durante 196 millones de horas en su primera semana completa y actualmente es el programa número 1 de Netflix en más de 60 países.

El atractivo de los asesinos seriales

El fenómeno tiene su justificación: los productos sobre asesinos seriales -ya se trate de docuseries o de ficciones “basadas en hechos reales”, como se las suele presentar- son casi siempre garantía de grandes audiencias.

En el caso de Dahmer – Monstruo a eso se agrega la cuidadosa reconstrucción de época, la dirección y las actuaciones, sobre todo la composición del “carnicero” lograda por Peters, que construyó un personaje de gestos cortos y casi inexpresivos, pero a la vez tremendamente inquietantes.

Pero con el éxito llegó también la controversia, y en este caso muy fuerte, con las críticas de familiares de las víctimas por la presentación de sus seres queridos asesinados por Dahmer, de periodistas que investigaron el caso por ciertas licencias del guion e, incluso, porque la plataforma la etiquetó como un programa LGTB, aunque luego borró esa etiqueta.

También fue muy criticada la sinopsis con que se la presenta como una serie que “expone estos crímenes inconcebibles, centrados en las víctimas desatendidas y sus comunidades afectadas por el racismo sistémico y las fallas institucionales de la policía que permitieron que uno de los asesinos en serie más notorios de Estados Unidos continuara con su ola de asesinatos a plena vista durante más de una década”.

Las calificaciones de discriminatoria, racista y homofóbica llovieron -y siguen cayendo- por doquier.

La ola de críticas tal vez se deba, en parte, al enfoque y las licencias que se toma la miniserie, pero mucho tienen que ver con el perfil casi inasible del verdadero Jeffrey Hammer, que sigue provocando controversias décadas después de sus crímenes.

“En mi opinión, Dahmer no respondía ni al perfil clásico de criminal organizado, ni al del desorganizado, mientras que un asesino organizado sería legalmente cuerdo, y un asesino desorganizado sería para la ley claramente demente, Dahmer era ambas cosas, y ninguna de las dos. Era una especie de criminal mixto, por lo que cabía la posibilidad de que un tribunal considerase que no estaba en su sano juicio cuando cometió uno de sus últimos asesinatos”, dijo alguna vez el perfilador Robert Ressler, creador de la Unidad de Ciencias del Comportamiento del FBI, que se sintió desconcertado cuando lo entrevistó en 1991 por encargo del tribunal que debía juzgarlo.

Razones para el desconcierto

Porque Jeffrey Dahmer era un sujeto difícil de comprender y, sobre todo, de catalogar. Ese joven rubio, de mirada afable y hablar pausado, no encajaba de ninguna manera en los perfiles clásicos de los asesinos en serie.

Había sido un niño amado por sus padres, un buen estudiante en la primaria y en la secundaria, un chico como tantos otros a quien sus amigos admiraban por su capacidad para diseccionar animales.

Sin embargo, a lo largo de 13 años – entre 1978 y 1991 – Dahmer se había cobrado 17 víctimas, todos varones jóvenes, sin conformarse solamente con matarlos.

Al final de su raid criminal, su modus operandi se podía describir así: llevaba a las víctimas a su casa o a un hotel con engaños, las emborrachaba o drogaba, las mataba casi siempre por estrangulamiento, violaba sus cuerpos muertos o se masturbaba sobre ellos, los desmembraba, separaba los huesos de la carne, cocinaba y se comía el corazón o algún churrasco que cortaba de los bíceps.

En por lo menos dos ocasiones intentó otra cosa: transformarlas en zombies para mantenerlas con él. Para eso, luego de emborracharlas o drogarlas, cuando estaban inconscientes, les inyectó ácido o agua hirviendo en el cerebro. No le resultó.

La mayoría de las veces conservaba los cuerpos – o sus partes – uno o dos días antes de desecharlos, pero casi nunca por completo: solía guardarse los cráneos, luego de tratarlos con ácido o agua hirviendo y barnizarlos. Quería tenerlos con él, quizás como trofeos o tal vez para no sentirse solo.

-¿Y por qué barnizar los cráneos? – le preguntó el perfilador Ressler

-Para darles un aspecto más uniforme. Después de unas semanas, algunos no estaban tan blancos como los otros y tenían un aspecto artificial, como fabricados para un anuncio- respondió.

El febrero de 1992, Jeffrey Dahmer fue condenado a 15 cadenas perpetuas consecutivas (900 años de cárcel), pero sólo cumplió poco más de dos antes de que lo mataran.

Ola de críticas

Los cuestionamientos a la miniserie llegan desde todos los flancos. No son pocos críticos los que la descalifican. El más duro de todos quizás haya sido Stuart Heritage, de The Guardian, que la calificó de “casi nauseabundamente inmirable”.

“Lo peor de todo, hasta cierto punto, es la elección del enfoque del programa (…) Lo único bueno que puede hacer una serie como esta quitar la atención del asesino y mostrar quiénes eran en realidad estas personas. Pero ‘Monstruo’ desafortunadamente está, mayormente, demasiado encaprichada con su estrella principal como para eso”, escribió.

En The Hollywood Reporter, el crítico de cine Daniel Fienberg la definió como una “mezcolanza exasperante”, y agregó que “reducir a la mayoría de las víctimas y sus familias a su dolor está más cerca de explotar ese dolor que honrar cualquier recuerdo”.

Las críticas no se limitaron a los periodistas especializados. Anne E. Schwartz, la cronista policial que reveló la historia de los crímenes de Dahmer en 1991, dijo que la serie se había tomado “muchas licencias artísticas y sacrificado la precisión por el drama”. Y agregó: “la descripción de los policías de la ciudad como racistas y homofóbicos es incorrecta”.

Pero las descalificaciones más fuertes llegaron del lado de los familiares de las víctimas: “insensible”, “dura y sin cuidado”, “irrespetuosa con los muertos”, son algunos de los calificativos.

“Es retraumatizar una y otra vez, ¿y para qué? ¿Cuántas películas/series/documentales necesitamos?”, tuiteó Eric Perry, primo de uno de los jóvenes asesinados.

Y también hubo cuestionamientos a los beneficios económicos: “Si el programa beneficiara de alguna manera a los familiares de las víctimas, no se sentiría tan duro y sin cuidado. Es triste que solo estén ganando dinero con esta tragedia. Eso solo es codicia”, declaró Rita Isbell, hermanastra de Errol Lindsey, otro de los asesinados.

Mientras la polémica crece y se reproduce, la imagen y la verdadera historia de Jeffrey Dahmer, El Carnicero de Milkwaukee, se hacen cada vez más inasibles.

El pequeño Jeffrey

Jeffrey Lioner Dahmer nació en Milwaukee, Wisconsin, el 21 de mayo de 1960. Era el único y deseado hijo de Lionel Dahmer y Joyce Flint, quienes soñaban un gran futuro para él. La familia vivía sin contratiempos económicos, aunque por la profesión de Lionel – era químico y trabajaba en una gran empresa – los obligaba a mudarse con frecuencia. En 1967, la familia se estableció de manera permanente en Bath, Ohio, donde Jeffrey pasó el resto de su infancia y adolescencia.

Jeffrey se llevaba muy bien con su padre y disfrutaba mucho ir a pescar con él. Se ocupaba de limpiar los pescados de una manera muy particular, los abría por la panza y se quedaba observando cómo morían antes de sacarles las vísceras. A los 10 años ya tenía una colección de piezas diseccionadas en formol, armada con animales muertos que recogía en una ruta cercana a su casa, los llevaba al patio y los abría para estudiar su interior.

“Uno fue un perro grande que encontré en la ruta. Iba a separar la carne, blanquear los huesos, reconstruirlos y venderlo. Pero no llegué a hacerlo. No sé cómo empecé a meterme en esto; es una afición un poco rara. Encontré al perro y lo rajé para ver cómo era por dentro. Después se me ocurrió que sería divertido clavar la cabeza en una estaca y dejarla en el bosque. Llevé a uno de mis amigos y le dije que me lo había encontrado entre los árboles. También le tomé una fotografía”, le contó al agente Ressler.

Tiempo de conflictos

La pasión por abrir animales muertos hizo que sus compañeros comenzaran a mirarlo como un freak y eso le dolió. Además, Dahmer se dio cuenta de que lo atraían los varones y entró en conflicto. Era algo que no quería.

“Por entonces la homosexualidad era mal vista en los Estados Unidos. Por eso intentó reprimir sus impulsos. Empezó a tener fantasías en las que mantenía relaciones sexuales con hombres a los que posteriormente asesinaba y descuartizaba. En el colegio, estas fantasías le tenían traumatizado y, para olvidarlas, empezó a beber. Muy de mañana se pasaba por la casa de un amigo y se tomaba un vaso de licor. Luego iba a clase”, describe esa época de Dahmer el periodista Chris Campos, uno de los fundadores del medio especializado Criminalia.

La situación empeoró cuando se separaron sus padres. Se sintió perdido y para adormecer el dolor que le producía la situación además de seguir bebiendo empezó a consumir drogas.

Un año más tarde cometió el primer asesinato.

Una fantasía (mal) cumplida

En las entrevistas de Dahmer con el agente Ressler que están en los archivos del FBI, Jeffrey relata que una de las imágenes más frecuentes en sus fantasías era la de levantar a un joven atractivo con su auto y tener relaciones sexuales con él.

El junio de 1978 quiso hacerla realidad cuando iba manejando el auto de su madre (que estaba fuera de la ciudad) y vio a Steven Hicks haciendo dedo en la ruta. Lo levantó y lo invitó a tomar algo en su casa vacía. Todo iba bien hasta que Dahmer intentó acariciar a Hicks y éste lo rechazó. Jeffrey salió de la habitación y volvió con una barra de hierro, lo mató de un golpe en la cabeza y lo violó.

“No sabía cómo retenerlo, más que agarrando la barra de las pesas y golpeándolo en la cabeza. Luego lo estrangulé con la misma barra. Estaba muy asustado por lo que había hecho. Anduve un rato de un lado para otro por la casa. Al final me masturbé. Más tarde bajé el cadáver al sótano. Me quedo allí, pero no puedo dormir, vuelvo a subir a la casa. Al día siguiente tengo que pensar en una manera de deshacerme de las pruebas. Compro un cuchillo de caza. Por la noche vuelvo a bajar, le abro el vientre y me masturbo otra vez”, le contó Dahmer al agente Ressler.

Después aprovechó su consumada habilidad para la disección para desmembrar el cuerpo de su víctima, puso las partes en bolsas de plástico y las metió en el asiento de atrás del auto de su madre para ir a tirarlas a un basural cercano. En el camino, un policía lo detuvo por ir demasiado rápido. Al ver las bolsas, le preguntó qué llevaba y Dahmer contestó que era basura que iba a tirar. El policía le labró una multa y lo dejó ir.

Dahmer estaba aterrado, pero se dio cuenta que si tiraba las bolsas en el basural podrían identificarlo, de modo que volvió a su casa. Dejó los restos del cadáver en el sótano y se llevó la cabeza al baño, donde la lavó y la apoyó en el suelo. Se masturbó mirándola.

Esa misma noche llevó las bolsas a una tubería abandonada cerca de su casa, las metió ahí y la tapó con tierra.

En su entrevista con Ressler, Dahmer contó que al tomar conciencia de lo que había hecho se sintió aterrorizado y se propuso reprimir sus deseos o, por lo menos, canalizarlos de manera no violenta. Dejó el alcohol y empezó a asistir a la Iglesia; también se atrevió a ir de tanto en tanto a algún bar gay.

Durante casi diez años no volvería a cometer un crimen.

El retorno del asesino

Pero asumir su deseo e incluso satisfacerlo no era suficiente, Dahmer sentía que le faltaba algo, que las relaciones sexuales no le alcanzaban. Volvió a beber y en 1986 lo detuvieron por exhibicionismo público. Por esa época también había intentado desenterrar a un joven que habían inhumado ese mismo día para violar el cadáver. No pudo porque el suelo de la tumba estaba helado.

En septiembre de 1987 conoció a Steven Tuomi en un bar gay y lo invitó a ir a un hotel. Dahmer contaría después que no recordaba qué habían hecho ahí ni cómo lo había asesinado. Se bañó, se vistió y compró una valija grande, metió el cadáver y se lo llevó al sótano de la casa de su abuela, donde por entonces estaba viviendo.

En el registro del interrogatorio al que lo sometió el perfilador del FBI se puede leer este diálogo:

-¿Por qué no dejaste el cadáver en la habitación?

-Porque estaba a mi nombre.

-Sigamos. Tenés el cadáver escondido allí abajo (en el sótano de la casa de la abuela) una semana…

-Mi abuela sale un par de horas para ir a la iglesia, y yo bajo a buscarlo. Agarro un cuchillo, le rajo el estómago, me masturbo, luego separo la carne y la meto en bolsas, cubro el esqueleto con una colcha y lo hago pedazos con una maza. Lo envuelvo todo y el lunes por la mañana lo echo a la basura. Excepto el cráneo. El cráneo me lo guardé. Lo metí en lavandina concentrada para blanquearlo. Quedó limpio, pero demasiado frágil y lo tiré.

El raid criminal

El asesinato de Tuomi fue el punto de partida para una cadena de 15 crímenes más, en cuyo modus operandi Dahmer iría incorporando nuevos elementos, como el canibalismo y la experimentación para crear un zombie que quedara sometido para siempre a sus deseos.

Para entonces ya no vivía con su abuela, a la que consideraba un obstáculo para cumplir con sus deseos, sino en un departamento que había alquilado en Milwaukee. Iba a los bares gay o se detenía a levantar a hombres jóvenes que estaban haciendo dedo e invitaba a sus víctimas a ver pornografía o a sacarse fotos en su casa.

Allí les ponía droga en las bebidas, los adormecía, los estrangulaba y, una vez muertos, los violaba y se masturbaba encima de los cadáveres. Después sacaba fotos del cuerpo y de cada etapa del proceso de desmembramiento. En los últimos crímenes, también llegó a cocinar y comer el corazón o trozos de los músculos de sus víctimas. Guardaba las fotos y los cráneos, lo demás lo descartaba.

En dos ocasiones intentó transformar a sus víctimas en zombies – así lo confesó – para que se quedaran con él y dejaran que les hiciera lo que quisiera.

Un zombie en la calle

En mayo de 1991, llevó a un joven llamado Konerak Sinthasomphone a su departamento y allí lo drogó y le realizó unas trepanaciones en el cráneo para inyectarle ácido en el cerebro. La víctima quedó inconsciente, pero respiraba y Dahmer creyó que había conseguido realizar una transformación exitosa: tendría su tan deseado zombie.

Quizás para celebrarlo, salió de su casa para comprar whisky en un negocio cercano. Cuando regresó, vio aterrado que el joven había logrado escapar desnudo y que corría por la calle. Lo persiguió y lo alcanzó, pero los vecinos habían llamado a la policía que no demoró en llegar.

En el interrogatorio, el agente del FBI le preguntó a Dahmen sobre ese episodio.

-¿Hasta dónde perforaste el cráneo con el taladro? – quiso saber.

-Sólo hasta el hueso. Lo inyecté. Estaba dormido y salí a tomar una cerveza rápida al bar de enfrente antes de que cerrasen. Cuando volvía, lo vi corriendo por la calle y alguien había llamado a la policía. Tuve que pensar deprisa: les dije que era un amigo mío que se había emborrachado y me creyeron. En mitad de un callejón oscuro, a las dos de la madrugada, con la policía a un lado y los bomberos al otro. No podía ir a ninguna parte. Me pidieron el carnet de identidad y se los enseñé. Trataron de hablar con él y no entendieron qué les respondió. No había rastros de sangre; le examinaron y se creyeron que estaba completamente borracho. Me dijeron que me lo llevara adentro; él no quería entrar, pero entre dos agentes lo subieron hasta la puerta del departamento – le respondió.

De haber entrado con ellos, los policías se habrían topado con varios cráneos en una repisa y con el cadáver de otra víctima en una habitación. Dahmer asesinó a su víctima esa misma noche.

El Caníbal de Milwaukee

Salvo los cráneos que guardaba como trofeos, Dahmer se deshacía de los cadáveres de diferentes maneras, siempre después de trozarlos. Los enterraba, los disolvía en un barril con ácido o, por lo menos una vez, fue tirando parte por parte de la carne por el inodoro.

-¿Nunca se tapó? – le preguntó el agente Ressler.

-No, jamás – fue la respuesta.

Pero en 1991, Dahmer empezó a guardar en el freezer de su heladera algunas partes de los cuerpos, generalmente el corazón y los bíceps, para prepararse platos especiales y comérselos. Era una manera de que sus víctimas no lo abandonaran del todo.

En los registros del interrogatorio de Ressler se puede leer:

-¿Cómo ocurrió que empezaras a comer cadáveres?

-Mientras desmembraba. Guardé el corazón. Y los bíceps. Los corté en pedazos pequeños, los lavé, los metí en bolsas de plástico herméticas y las guardé en el congelador; buscaba algo más, algo nuevo para satisfacerme. Después los cociné y me masturbé mirando la foto.

Arresto y condena

La segunda vez que a Dahmer se le escapó una víctima no tuvo la misma suerte que la primera. El 22 de julio de 1991, un hombre al que después se identificó como Tracy Edwars, logró salir esposado del departamento del Carnicero de Milwaukee.

En esta ocasión, los policías sí entraron a la vivienda. Lo que encontraron consta en el informe policial: decenas de fotografías de cadáveres, manchas de sangre en las paredes, restos de huesos humanos, siete cráneos barnizados y una cabeza fresca en el congelador de la heladera.

Antes de ser sometido a juicio, Dahmer fue interrogado por el perfilador Ressler y entrevistado por varios psiquiatras. Los informes coincidieron en que estaba enfermo, por lo que en primera instancia se lo declaró culpable con el atenuante de enajenación mental y se lo envió a una cárcel especial para enfermos psiquiátricos.

La sentencia fue apelada por la Fiscalía del Estado y en un segundo juicio, en febrero de 1992, Jeffrey Dahmer fue condenado por un jurado a 15 cadenas perpetuas consecutivas (unos 900 años de prisión).

El que a hierro mata…

El Caníbal de Milwaukee fue a parar al Columbia Correctional Institute, en la localidad de Portage, donde al principio se lo tuvo separado del resto de los presos. Acosado por la soledad, Dahmer pidió que lo enviaran a un pabellón común y se lo concedieron.

El 28 de noviembre de 1994, limpiaba el gimnasio de la cárcel con Christopher Scarver, un esquizofrénico, y con Jesse Anderson, culpable de asesinar a su esposa. Estaban en eso cuando Scarver empuñó una barra de metal de la sala de pesas y lo mató a golpes en la cabeza.

Cuando le preguntaron a Scarver por qué lo había matado, respondió:

-Se pasó de la raya, con los prisioneros y con el personal de la prisión. Algunas personas de aquí están arrepentidas de lo que hicieron, pero él no. Por eso lo golpeé con la barra.

Casualidad o destino, Jeffrey Dahmer murió de la misma manera que, dieciséis años antes, se había cobrado su primera víctima.

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