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Historias

Los nazis asediaron Odesa durante 73 días, lo que desató una orgía de sangre

Odesa siempre fue una prenda codiciada. Es la tercera ciudad de Ucrania, después de Kiev y de Járkov; como besa al Mar negro, la ciudad alberga, hoy y siempre, el puerto de carga más importante de la región: por allí salen y entran casi la mitad de las importaciones y exportaciones del país, hierro, acero, cereales que da la tierra pródiga de Ucrania. Durante la Segunda Guerra Mundial, ambicionaban esas tierras los rusos y, luego los alemanes y los rumanos.

Por Infobae

Hoy, es el nombre de una ciudad torturada: la acechan, la dañan, la ambicionan las fuerzas de Vladimir Putin que quieren rusificar Ucrania, que no quiere ser rusa. Late allí un conflicto étnico, no dicho, que puede prolongar aún más la guerra desatada por la insensatez del Kremlin. Un conflicto étnico que siempre estuvo oculto, y ocultado. Cuando la Alemania de Adolf Hitler invadió la URSS, en 1941, Odesa fue ocupada por tropas alemanas y rumanas, aliadas entonces en una orgía de sangre. En los primeros meses de la ocupación, cerca de 280 mil personas, todas judías, fueron asesinadas o deportadas hacia los campos nazis de exterminio.

Odesa, fiel a su estilo, opuso una feroz resistencia: fue la primera ciudad europea en oponerse con fiereza a los nazis, que la mantuvieron bajo asedio 73, hasta que las fuerzas rusas se retiraron. Tanto fue el heroísmo de los ucranianos, que Stalin, que no tenía el elogio fácil, decidió honrar a Odesa y la nombró “Ciudad Heroica”. Alguien que se lo cuente a Putin. El llamado “Holocausto de Odesa” consistió en el exterminio de todos los judíos de la ciudad y de las poblaciones cercanas a la región y provincia de Transnitria, una matanza que se prolongó desde el otoño de 1941 hasta que, jugada la suerte nazi en Stalingrado en enero de 1943, las tropas rusas liberaron Odesa el 10 de abril de 1944: ese día, sólo 703 judíos de Odesa seguían vivos.

¿Qué hacían los rumanos aliados con los nazis? Ambicionaban territorio. La monarquía de Carol II había girado y vuelto a girar en su postura frente a la guerra. Primero fue neutral, decisión que la dejó aislada del continente cuando las tropas victoriosas de Adolf Hitler se apoderaron de Francia y de parte del oeste europeo. Francia siempre fue un espejo en el que se miró Rumania.

Sus socios nazis robaron todo el territorio que pudieron. Y pudieron mucho. La URSS (hasta 1941 existió un pacto de no agresión entre soviéticos y nazis) anexó a su territorio Besarabia y Bukovina; Hungría se apoderó de Transilvania y Bulgaria hizo suya Dobrudja. Carol II tuvo que abdicar y dejó la corona en manos de su joven hijo, Miguel I, quien nombró un gobierno pro alemán y al frente de ese gobierno a un personaje siniestro de esta historia, Ion Antonescu, que, al terminar la guerra, terminó fusilado en los yuyales de un descampado y frente a un poste. Pero antes, hizo lo suyo.

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Antonescu creó un “Estado legionario”, entronizó a un movimiento fascista llamado “Guardia de Hierro”, que tuvo su homónimo en Argentina y acaso lo conserve todavía, y encaró la toma de todas las empresas en manos extranjeras. Por cierto, lo hizo a su modo. Ni bien anunciada las hostilidades contra Gran Bretaña, los hombres de Guardia de Hierro entraron en las instalaciones de las empresas petroleras británicas y asesinaron a golpes de maza a todos los trabajadores de nacionalidad inglesa.

De inmediato empezó también la persecución y matanza de ciudadanos judíos. El 25de septiembre de 1940, Guardia de Hierro descubrió la tumba de su fundador, Corneliu Zelea Codreanu, que había sido ejecutado por el rey Carol II en 1937. Desataron entonces una masacre en la cárcel de Jilava, donde estaban presos funcionarios del régimen anterior, y asesinaron a 64s personas. Enemigos declarados del rey Miguel I, iniciaron una rebelión llamada “Revolución Legionaria” que enfrentó al ejército rumano y cargó contra los judíos. En Bucarest fueron asaltados negocios y sinagogas, como un remedo de la “Noche de los Cristales” de Berlín, en noviembre de 1938. Muchos judíos fueron asesinados en las calles y un grupo fue llevado a un matadero, colgado de los ganchos reservados a los animales y asesinados junto a un cartel que decía: “Carne kosher”. El hecho, conocido como “Matadero de Bucarest”, costó la vida a 125 judíos y la quema de 1200 negocios.

La “Revolución Legionaria” terminó aplastada por los tanques del ejército rumano y Antonescu robusteció la monarquía, pero no dejó de lado su obsesión. En la cárcel de Jilava, 693 ciudadanos judíos fueron encerrados, torturados y matados en las mazmorras y en el patio de la prisión. Tal fue la ferocidad de la matanza que provocó una enérgica queja enviada a Berlín del nazi Manfred von Killinger, lo que es decir mucho.

Todo cambió, en parte, cuando los nazis invadieron la Unión Soviética. Los antes aliados eran ahora enemigos y los amigos de los amigos eran enemigos de los antes amigos. Así son las cosas en las guerras. Aviones rusos bombardearon la ciudad de Iasi, en Moldavia y los rumanos culparon a una supuesta “quinta columna judía” a la que acusaron de conspirar en secreto con Stalin, por lo que, el 27 de junio de 1941, a seis días de la invasión alemana a la URSS, 1500 judíos fueron linchados, o matados a garrotazos en las calles de Iasi. Y al día siguiente, otros 1400 ciudadanos judíos fueron encerrados en vagones herméticos y dejados morir por asfixia, la misma suerte que corrieron días después otros 1200 judíos. Sólo la Cruz Roja logró frenar la matanza días más tarde, cuando ya los judíos moldavos muertos a manos rumanas llegaban a 13.226.

Ese fue el espíritu, y las intenciones, del ejército rumano que invadió la ciudad ucraniana de Odesa el 16 de octubre de 1941: de inmediato, 8000 acusados de comunistas, muchos de ellos judíos, fueron asesinados en las playas y arrojados al mar. La matanza estuvo a cargo del Einsatzkommand 11b alemán y una agrupación del servicio secreto Rumano al mando del coronel Ioan Lissievici. Los Einsatzkommand eran grupos móviles de asesinos de las SS, la Gestapo y la Wehrmacht, encargados de asesinar a judíos, comunistas, gitanos, homosexuales y colaboradores del NKVD soviético, el Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos. Se les adjudica a los Einsatzkommand millones de ejecuciones en el este europeo, fuerza de choque en el intento de exterminio total de los judíos europeos planeado por Hitler.

Luego de ocupar Odesa y de asesinar a aquellas 8000 personas, hubo un breve remanso de inactividad para los invasores, que llegaban después de un asedio de 73 días. Pero el 22 de octubre, voló el edificio de la calle Marazlievskaya, que había sido sede del poder soviético y ahora era ocupado por el alto mando militar rumano y era sede del cuartel general de su Décima División de Infantería. Allí murieron 67 personas, entre ellas el comandante rumano, general Ioan Glogojeanu: 45 civiles ucranianos, 18 militares rumanos y 4 oficiales alemanes que estaban de visita.

Lo que había hecho volar el edificio era una mina activada por radio control, que había sido plantada por los zapadores del Ejército Rojo, que habían minado también otros edificios públicos antes de evacuar la ciudad. Pero rumanos y alemanes culparon a los judíos y a los comunistas. Antonescu ordenó fusilar a doscientos comunistas por cada oficial muerto y a otros 100 por cada soldado víctima de la explosión. La represalia que siguió fue terrible.

El 23 de octubre, las tropas rumanas y el Einsatzkommand D que había llegado a la ciudad, lanzaron una gigantesca razia a lo largo de toda la calle Marazlievskaya y detuvieron a 10 mil personas, la mayoría eran judíos. A partir de ese día, y hasta el 25, se sucedieron matanzas callejeras y linchamientos en las horcas que, de la noche a la mañana, se levantaron en las calles de la ciudad horas después del estallido del edificio. 19 mil judíos fueron encerrados en nueve bodegas de pólvora del puerto y ametrallados: los edificios fueron luego incendiados. Muchos heridos, o quienes no habían sido alcanzados por las balas, murieron quemados. Quienes que tuvieron la sombría fortuna de quedar vivos, fueron llevados a la gran prisión de Odesa.

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Al día siguiente, la Segunda Compañía del Grupo de Ametralladoras del Décimo Batallón rumano, al mando del teniente coronel Nicolae Deleanu, escoltó a esos condenados a Dalnic, en las afueras de Odesa, donde se levantaban cuatro almacenes de unos 30 metros de largo por 10 o 15 de ancho. No fue una marcha fácil. Aquella interminable columna de desdichados estaba integrada también por ancianos, chicos y enfermos que tenían dificultades en caminar los tres kilómetros que separaban la prisión de Odesa de Dalnic. El traslado duró hasta las dos de la tarde: quienes caían, o eran vencidos por el cansancio, eran asesinados al costado del camino. De manera que ninguno de los judíos, la cantidad se calculó luego en unas 30 mil personas, podía ignorar cuál era el destino que les esperaba, si aquello era un destino: la vera de aquel camino estaba sembrada de cadáveres.

El primer grupo de asesinados, unas 40 o 50 personas, fueron atadas entre sí y obligadas a formar una especie de pared humana en una zanja antitanque, con la cara hacia el suelo. Deleanu disparó primero y dio inicio a la masacre, después de recordar a sus soldados a que dispararan uno por uno a los condenados y no a mansalva: quería ahorrar tiempo y municiones.

El procedimiento no le pareció ni bueno ni veloz, y optó por el asesinato masivo. Encerró en uno de los almacenes a hombres y mujeres que no quisieron separarse. En otro de los edificios al resto de los judíos, mujeres y niños. Hicieron agujeros en las paredes para meter en ellos los caños de las ametralladoras y las tropas dispararon a mansalva: Deleanu al mando de un equipo de ametralladoristas y el teniente coronel Niculescu Coca al mando de otro. Los gritos llegaron a tapar el salvaje ruido de los disparos. Pero las balas no mataron a todos. Deleanu sintió que perdía tiempo y municiones. A las cinco de la tarde, al acecho del inminente anochecer otoñal, el jefe militar rumano decidió terminar con la masacre y borrar las pruebas: hizo taponar los agujeros que habían sido fabricados en las paredes, inyectó gas por la ventana de un ático, roció paredes y techos con gasolina y prendió fuego a todo. Quienes, convertidos en antorchas, intentaron huir por los techos en llamas, fueron blanco de los tiradores rumanos. Los dos primeros galpones quedaron destruidos. Los otros dos, con sus condenados dentro, corrieron la misma suerte al día siguiente. Para impresionar a la población de Odesa, a las cinco y media de la tarde del 25 de octubre, lo poco que quedaba en pie de los cuatro grandes galpones de la muerte, fue volado.

Tras la matanza de Odesa, los rumanos siguieron con su política de eliminar a la población judía ahora en Transnitria, una provincia que había anexado a su territorio. A fines de 1941 y principios de 1942, la población judía de Transnitria y de las regiones históricas de Besarabia y Bukovina, había desaparecido casi por completo del mapa de Europa. Se calcula que las matanzas primero, las marchas de la muerte luego, las deportaciones y las epidemias, mataron a 300 mil personas.

El 23 de agosto de 1944 el reino de Rumania capituló ante el triunfante Ejército Rojo, después de un leve giro inútil hacia los aliados occidentales del rey Miguel I, que tenía entonces 23 años. El Tribunal Popular de Bucarest, creado en 1946 por el nuevo gobierno rumano bajo control aliado, juzgó y condenó a muerte al mariscal Antonescu, al gobernador de Transnitria, Gheorghe Alexianu y al comandante de la guarnición de Odesa, general Nicolae Macici por la “organización de la represión contra la población civil de Odesa en el otoño de 1941″. Antonescu y Alexianu fueron fusilados el 1 de junio de 1946 junto a Mihai Antonescu, primer ministro adjunto durante la guerra, y al general Constantin Vasiliu. El rey Miguel I conmutó la pena de muerte del general Macici, que murió en prisión en 1950. El rey fue obligado a abdicar en 1947 y Rumania se convirtió en república.

El terrible asesino, el inspirador y autor del holocausto en Rumania, el teniente coronel Nicolae Deleanu, zafó de todo. Cambió de abrigo, se hizo comunista, toda una conversión, y flotó sobre las aguas encrespadas de la posguerra, las del fin de la monarquía y la de los ajetreados años de la república socialista rumana: murió en 1970.

Odesa, la ciudad heroica, todavía resiste.

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